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Los tres días dispuesto para la primera reunión formal con el nuevo director del programa europeo transcurrieron con rapidez, este encuentro sería en una hora, aun así, Valerin caminó hasta la sede del comité con el abrigo cerrado hasta el cuello, y los pensamientos mucho más sueltos que su cabello.
Desde aquella reunión con el señor Volterra, su mundo se había vuelto aún más estructurado; por alguna razón, no deseaba decepcionarlo, aunque tuviera la mirada tan fría como el clima.
Esa mirada distante no abandonó su mente, había algo en él… poseía una elegancia casi cruel, distante, digna de contemplar. Sus palabras fueron medidas y sus silencios aún más.
Un solo encuentro ocasionó que su curiosidad se despertará y en todo el fin de semana se olvidó de su hermana y de Diego.
El pasillo parecía más largo que de costumbre. Los pasos de sus tacones rebotaban en las paredes. —Señorita llegó temprano, el jefe por igual, preguntaré si la recibirá ahora.
—Lo haré… —Dijo el hombre abriendo la puerta sin esperar que fuera anunciada.
—Gracias… —Dijo a la asistente del director con educación. Abrió la puerta y esperó que entrara. En la sala de reuniones, todo estaba dispuesto. La carpeta con su nombre, el agua, los dispositivos de traducción.
—Buen día, señorita Noiret. —La voz de Volterra se deslizó detrás de ella.
Se giró y se encontró con esa mirada gélida, estaba vestido de negro. Llevaba una carpeta entre sus dedos.
—Hoy fue impuntual —añadió con severidad, y se sentó al frente sin invitarla a sentarse, ni a hablar. —Llegar tres minutos antes está bien, pero una hora es excesivo y se considera impuntualidad. No seguir los horarios y protocolos la hace una persona desordenada.
¿Pero qué diablos se creía? Su respiración se tornó agitada.
—Sí lo desea puedo salir hasta que se cumpla la hora establecida. —Dijo pausada, pero la chispa de molestia en su voz no pasó desapercibida en su nuevo jefe.
Él no respondió de inmediato. Abrió la carpeta con una lentitud tortuosa, sin hablarle, ni mirarle, como si su silencio fuese parte del castigo. Pasó una página, otra… y finalmente alzó la mirada.
—No lo deseo. Ya está aquí, señorita Noiret, aprovechemos su impuntualidad. —La palabra fue arrojada con frialdad, sin cambiar el tono de voz.
Valerin apretó los dedos sobre la carpeta.
Volterra se acomodó los gemelos con precisión y arrogancia. Cada movimiento suyo parecía parte de un código más estricto que cualquier protocolo diplomático.
Levantó la mirada una vez más. —Usted habla varios idiomas, ¿correcto?
—Seis en total, alemán, árabe, francés, griego, inglés y español. —corrigió sin titubeos. Él ya lo sabía ¿Por qué preguntaba nuevamente?
—Curioso, porque aún no logra dominar el idioma del tiempo. —La frase era cruel, pero dicha con una calma impecable y eso fue lo que más la irritó.
Valerin, sin embargo, se obligó a mantenerse en su centro. Respiró, asintió, se sentó sin ser invitada y tomó su bolígrafo.
—¿Desea que tomemos nota de la agenda o prefiere continuar enumerando mis defectos? —Dije ella sin mirarlo esta vez.
Esto ocasionó que Volterra dejara escapar un suspiro leve, uno que podría haber parecido desinterés o interés.
—Tome nota —ordenó al fin—. Y no olvide esta conversación, la puntualidad es una de las formas más puras de respeto y me había dejado una muy buena primera impresión, pero esta segunda no tanto.
—Señor estoy aquí para trabajar, no para dejarle una buena impresión sobre mi puntualidad. —Recalco sus palabras pasadas.
Volterra entrecerró los ojos apenas un milímetro. No levantó la voz, no hizo ningún gesto dramático, pero el ambiente en la sala pareció tensarse, como si el aire mismo se negara a moverse sin su permiso.
—Precisamente por eso, señorita Noiret —dijo con una suavidad que no era consuelo, sino una advertencia—. Su trabajo comienza mucho antes de que abra un archivo o encienda un dispositivo. Comienza con cómo entra en una sala, con cuánto respeta el tiempo de los demás y con cuánto cuida su propio nombre. No olvide que el talento no justifica la arrogancia.
Valerin se quedó inmóvil y el bolígrafo se detuvo a medio camino.
—¿Terminó? —preguntó ella al fin, con una voz neutra, demasiado neutra para lo que sentía.
¡Prepotente! quiso decirle en su cara, pero no estaba en esa sala por ser pasional, sino una profesional. —Pregunto, así podremos empezar con el encuentro laboral.
Volterra no respondió con palabras, simplemente inclinó la cabeza apenas, como si diera permiso. La reunión inició entonces, punto por punto fue debatido, de forma fría, metódica y perfecta.
Durante más de una hora, trabajaron en absoluto profesionalismo, sin interrupciones, sin deslices y sin miradas más largas de lo necesario, pero en cada página que pasaban, en cada palabra intercambiada, había un trasfondo sutil, una línea invisible hecha de orgullo, tensión y algo que ninguno de los dos supo descifrar.
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Editado: 19.05.2025