Cartas al Destino: El amor que no fue

Capítulo 10: La carta que no esperaba

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Después del caos, viene la calma. No una calma inmediata, ni perfecta, pero sí una que sana. Desde el día de aquel desastre en la boda de su hermana, Valerin no volvió a ver a su madre, su trato fue duro y cuando despertó en esa cama de hospital después de una semana fue peor, no hubo gritos, ni reproches.

Al menos no de su parte, le alegró el corazón haber conocido a su hermoso sobrino Emiliano, un bebé regordete hermoso como su hermana, porque curiosamente no había sacado ningún parecido de su padre.

Se disculpó con su hermana por el desastre que ocasionó y a su vez le informó de su decisión, se mudaría a Florencia de forma definitiva, fue tan firme como la herida que la empujó a esto.

Nunca más, permitiría que otros pasarán por encima de sus decisiones ¿Si ella no se amaba quién lo haría? Con su hermana el lazo se volvió más sincero que antes, a veces hablaban de cosas simples, cotidianas, como si nada hubiese pasado, otras, solo compartían una mirada que lo decía todo y su sobrino, ese pequeño caos con ojos grandes, le devolvía la risa que alguna vez creyó perdida.

Sí, amaba a esa bolita hermosa de ternura.

Y aunque siguió ocultando ese amor que la convirtió en una mujer débil, con el tiempo recuperaba su esencia y esa noche lluviosa, fría y solitaria le dio ese valor que pensó nunca volver a tener.

Decidió despedirse del pasado, ese que la había lacerado por tanto tiempo, ese amor imposible al cual se aferró sin ningún motivo y el que nunca sería.

Valerin se sentó frente al escritorio de madera clara, el mismo donde tantas veces escribió cartas que jamás pensó enviar. A su lado, la taza de té que ya no humeaba y frente a ella tenía la hoja en blanco que, por primera vez, dolía más de lo habitual.

Sí, porque muchas veces soltar duele más que sostener.

La lluvia golpeaba suavemente los cristales como si también tuviera algo que decir. Sus dedos temblaban, no de frío, sino de convicción, porque esta vez, no escribiría para imaginar lo que pudo ser, esta vez, escribiría para dejarlo ir.

Con la tinta de siempre; azul mar profundo, comenzó a escribir:

Florencia, Italia

05 de Abril del 2025

Florencia me ha abrazado con su belleza, pero ni su arte ha logrado borrar tu ausencia.

A quien alguna vez amé en silencio y a quien hoy dejó en libertad. Nunca pensé que escribirte por última vez sería más difícil que haber callado todos estos años. Te llevé dentro de mí como un secreto que ardía, como una historia que nunca pudo escribirse, pero que insistía en existir.

Fuiste mi amor imposible, mi tormenta silenciosa, mi castigo y mi esperanza. Durante tanto tiempo pensé que mi amor por ti era un destino imborrable, una deuda que no podía saldar o una herida que no se podía cerrar.

Pero hoy lo entiendo.

El amor que no fue; no es un amor incompleto ni fallido, es simplemente eso: un amor que nunca tuvo que ser.

Hoy me despido de ti, de la idea de lo que pudimos ser, y me abro al futuro que me espera, porque por fin he entendido que el verdadero destino no está escrito en lo que no fue, sino en lo que está por venir.

Adiós, Diego, adiós, al amor que no fue.

Valerin.

Cuando terminó, las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas y amenazaron con dañar el papel con su despedida, curiosamente ya se habían secado. No lloraría nuevamente, había sido suficiente, estaba decidida en soltar ese peso que no le permitía avanzar.

Se levantó, dobló con cuidado la hoja y la colocó en un sobre beige, sencillo, sin remitente, sin destinatario, tal como su historia, como ese amor.

Miró el reloj, eran las dos con diecisiete minutos de la madrugada, pese a que las gotas habían disminuido su intensidad, tomó un abrigo ligero, abrió la puerta y cruzó la calle desierta, fría y húmeda, y se detuvo frente al viejo buzón de la esquina. Dudó por un instante. ¿Y si alguien la encontraba? ¿Y si lo leían? Estas incógnitas la hicieron dudar, pero estaba decidida a soltar.

—Que lo lean —murmuró para sí misma—. Que sepan que alguna vez exististe para mí.

Y con un suspiro como despedida, soltó la carta en la boca del buzón. El clic metálico le hizo saber que la compuerta se cerró, a sí mismo dentro de ella, algo muy profundo, también se cerró. Sin saberlo, en otra parte de la ciudad o del mundo alguien estaba por recibir un pedazo de su alma.

Habían pasado ya catorce días desde que Valerin soltó la carta en el buzón sin nombre.

Catorce días sin buscar su sombra.
Catorce días sin pensar en Diego.
Y por primera vez en años dormía tranquila, sin pesadillas, sin lágrimas y sin sentirse culpable por eso que sentía.

El pasado se sentía como una fotografía en una caja vieja: visible, pero lejana. Esa mañana, mientras sostenía su taza de café, el timbre la hizo sobresaltar, no esperaba a nadie.




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