Te amé desde un rincón que nadie ve,
donde la luz no toca… pero arde el alma.
Fui el eco detrás de tu fe,
la nota final de tu voz más calma.
No pedí tu mano, ni tu promesa,
solo mirarte mientras tú brillabas.
Yo, entre ruinas, tú, princesa,
cantando en la luz que nunca alcanzabas.
Te construí un templo de silencio y música,
donde cada acorde decía tu nombre.
Y aunque fui máscara, sombra y crítica,
en tu dulzura me sentí un hombre.
Tu risa fue mi única plegaria,
tu dolor… mi castigo eterno.
Te cuidé como a un alma sagraria,
aunque mi amor no tuviera invierno.
Hubiese dado el mundo por un beso,
pero bastó con verte ser feliz.
Yo, condenado a este exceso
de quererte… sin raíz.
Y si el mundo no me nombra, no importa,
fui la historia que nunca pediste contar.
Pero mi amor —ese que nunca se corta—
vivirá en cada nota que vuelvas a cantar.
#4929 en Novela romántica
#1433 en Chick lit
#1821 en Otros
#392 en Relatos cortos
Editado: 19.04.2025