He besado mil bocas, y sin embargo, ninguna supo a eternidad como la tuya en mis sueños. He amado cuerpos como quien ama el vino: con deseo, con urgencia… sin recuerdo al otro día.
Pero tú… tú eres la herida que no quiero cerrar. Eres la página que no leo, por temor a entenderme. La flor que no corto, no por piedad, sino porque sé que al tocarte, se acaba mi juego.
Te observo —musa de versos prohibidos— con la devoción de un hereje ante la cruz. Eres todo lo que busqué… y por eso huyo.
Porque sé que contigo no hay disfraces ni salidas, que tus ojos desarman al lobo y lo hacen hombre. Y yo no sé ser hombre. Solo sé perderme.
Y sin embargo, te escribo. Te sueño. Te temo. Te amo… como en los libros antiguos, donde el amor verdadero no se toca, porque al tocarlo, se vuelve destino.
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