Te miro, Christine, como se mira la luz
cuando se ha nacido en las entrañas del abismo.
Desde la sombra tallé un altar con tu nombre,
y aún en el silencio… cada nota tuya me salva.
Fuiste mi redención imposible,
mi flor de invierno, mi música viva.
Tu voz era el faro en mi noche eterna,
tu presencia, la única belleza que no temí destruir.
Pasaron los años,
los rostros, los escenarios…
pero no tu risa.
No tu perfume flotando como un eco en mis paredes vacías.
A veces, cuando el teatro duerme,
camino entre las butacas como un recuerdo,
y juro que aún puedo verte danzar
bajo la luz temblorosa del candelabro.
No te pido nada.
Ni miradas, ni regreso.
Solo que sepas, en lo más hondo de tu alma,
que un fantasma te amó con un amor
que ni la muerte pudo arrancar.
Y aunque el telón haya caído,
aunque el mundo te abrace sin mí,
yo seguiré aquí,
en lo invisible,
escribiéndote eternamente
con los ojos.
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Editado: 19.04.2025