Te miro donde no me ves,
tras vitrales de costumbre y tardes que no son mías.
Te observo como se observa el pecado:
con hambre, con miedo,
con la certeza de que arder… valdría la pena.
Eres de otro.
De todos.
De nadie.
Y aun así, en mi pecho llevas la marca que no te puse.
He intentado borrarte con copas,
con otras voces,
con cuerpos que no saben pronunciar mi nombre
como tú lo hacías sin hablar.
Pero no puedo.
Porque me perteneces de una forma antigua,
de esas que ya no se escriben,
que solo se sienten en el pecho como una daga dulce.
Siento celos.
De tus risas, de tus pasos,
del aire que te roza la piel sin pedir permiso.
Quisiera odiarte.
Lo juro.
Quisiera arrancarte de mí como se arranca una flor seca…
pero hasta el polvo de ti me sabe a vida.
Y así vivo:
encerrado en este amor de páginas amarillas,
de cartas nunca enviadas,
de noches donde te nombro bajito
como quien reza a un dios que no responde.
Porque aunque tú ya no me recuerdes…
yo aún te pertenezco.
Y siempre lo haré.
#7587 en Novela romántica
#1831 en Chick lit
#3789 en Otros
#1116 en Relatos cortos
Editado: 19.04.2025