He cruzado siglos con la luna en la espalda, bebido promesas en labios de fuego, y en cada mordida busqué el sabor de una boca que no olvido.
Mil nombres susurraron mi nombre, mil cuerpos temblaron en mi abrazo, pero ninguno ardió como tú, ninguno sangró amor al besarlo.
Tú eras la noche antes de la noche, el suspiro que quemaba la eternidad, y aunque el tiempo me hizo bestia, tu voz me sigue llamando humano.
Renaces en rostros que no son tuyos, pero el alma no se confunde, yo sé que eres tú, aunque mueras una y otra vez.
Y cuando te halle —porque siempre te hallo— te beberé lento, no para matarte, sino para recordarte que en esta condena sin fin… eres la única que sabe a redención.
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