Cartas de amor a los muertos

capitulo 3

Querida Judy Garland: Se me ha ocurrido escribirte porque El mago de Oz sigue siendo mi película favorita. Mi madre siempre me la ponía cuando estaba enferma y no iba a clase. Me daba un ginger ale con cubitos de hielo de plástico color rosa y una tostada con canela, y tú cantabas «Somewhere Over the Rainbow». Ahora sé que todo el mundo conoce tu cara, que todo el mundo conoce tu voz. Pero no todo el mundo está al tanto de tus orígenes previos al cine. Me resulta fácil imaginarte de niña, en la ciudad cercana al desierto de Mojave donde creciste, bailando claqué un día de diciembre en el escenario del teatro de tu padre y agitando cascabeles. Aprendiste enseguida que, en los aplausos, clamor rima con amor. Te imagino en las noches de verano, cuando todo el mundo iba al teatro para aprovechar la refrigeración. Tú salías al escenario y lograbas que, por un momento, el público olvidara todos sus temores. Tus padres te sonreían. Siempre parecían muy felices cuando cantabas. Más tarde, la película se desdibujaba en una neblina blanca y negra y te entraba sueño. Tu padre te llevaba afuera y llegaba el momento de regresar a casa en su coche, como un barco surcando el oscuro asfalto que revestía la tierra. Nunca quisiste que nadie estuviera triste, así que continuaste cantando. Te cantabas a ti misma nanas para dormirte cuando tus padres discutían y, cuando no discutían, cantabas para hacerles reír. Usabas tu voz como una especie de pegamento capaz de unir a tu familia. Y para evitar desmoronarte. Para que May y yo nos durmiéramos, mi madre nos cantaba una canción de cuna. Canturreaba: «Estrellita, ¿dónde estás?», me acariciaba el pelo y se quedaba hasta que me dormía. Cuando no podía dormir, me decía que me imaginara dentro de una burbuja gravitando sobre el mar. Yo cerraba los ojos y flotaba allí, escuchando las olas; luego bajaba la vista hacia las aguas relucientes. Cuando la burbuja se rompía, oía su voz, y eso creaba una nueva burbuja. Ahora, cuando trato de imaginarme sobre el mar, la burbuja se rompe al instante y tengo que abrir los ojos, sobresaltada, para no estrellarme. Mamá está demasiado triste para ocuparse de mí. Papá y ella se separaron justo antes de que May empezara el instituto, y tras la muerte de May, casi dos años después, mamá se marchó a California. Al estar papá y yo solos, en la casa hay ecos por todas partes. En mi mente retrocedo a cuando estábamos todos juntos: percibo el olor de la carne que mamá freía para cenar, el chisporroteo. Si miro por la ventana, casi puedo vernos a May y a mí en el jardín, recolectando ingredientes para nuestras pócimas. En lugar de quedarme con mamá cada dos semanas, tal y como May y yo hacíamos tras el divorcio, ahora me quedo con la tía Amy. En su casa hay otro tipo de vacío: no está llena de fantasmas, sino sumida en el silencio. Hay estanterías con vajillas floridas y muñecas de porcelana, jabones con forma de rosa muy útiles para limpiarte la Ni siquiera sabía por qué página íbamos. Mi mente se quedó en blanco… Y entonces Natalie se inclinó y volteó mi fotocopia para indicarme el poema correcto. Empezaba así: El arte de perder no es difícil de dominar; tantas cosas parecen resueltas a ser extraviadas que su pérdida no es una calamidad. Al principio estaba muy nerviosa, pero, mientras leía, empecé a escuchar y lo comprendí. Pierde algo cada día. Acepta el malestar de las llaves perdidas, de las horas gastadas. El arte de perder no es difícil de dominar. Luego practica para perder más lejos, con mayor celeridad: lugares y nombres, y rutas que en tu mente tenías ya trazadas. Ninguna de esas pérdidas supondrá una calamidad. Perdí el reloj de mi madre. Y, ¡mira!, me vi carente de la última o penúltima de mis tres casas amadas. El arte de perder no es difícil de dominar. Perdí dos hermosas ciudades. Y aún más: algunos reinos que poseía, dos ríos, un continente. Los añoro, pero no fue una calamidad.Aun al perderte (la voz burlona, un gesto amado) no habré mentido. Es evidente que el arte de perder no es difícil de dominar, así parezca (¡escríbelo!) una calamidad. Mi voz debió de temblar más de la cuenta, como si el poema me hubiera sacudido, porque cuando terminé en el aula reinaba un silencio sepulcral. La señora Buster hizo lo habitual: fijó sus ojos un tanto desorbitados en la clase y preguntó: —¿Qué opináis? Natalie echó un vistazo en mi dirección. Supongo que le dio pena que todo el mundo estuviera mirándome a mí en lugar de a la señora Buster, porque alzó la mano y dijo: —Bueno, está claro que miente. No es fácil perder cosas. Todos apartaron la vista de mí y la clavaron en Natalie. —¿Por qué algunas cosas son más difíciles de perder que otras? —planteó la señora Buster. A juzgar por el tono de Natalie, la respuesta era obvia: —Pues por amor, claro. Cuanto más quieres algo, más te cuesta perderlo. Alcé la mano antes de poder pararme a pensarlo. —Creo que cuando pierdes algo a lo que estás muy unido es como si te perdieras a ti mismo. Por eso a la autora, al final, le cuesta hasta escribir. Apenas recuerda cómo se hace… porque ya no tiene claro qué es ella.Todas las miradas se desviaron hacia mí, pero, afortunadamente, justo después sonó el timbre. Recogí mis cosas lo más rápido que pude. Miré a Natalie y me dio la impresión de que a lo mejor estaba esperándome. Quizás ese fuera el día en que me preguntara si quería comer con ella y yo pudiera dejar de sentarme junto a la verja. Pero la señora Buster me llamó: —Laurel, ¿puedo hablar contigo un momento? En ese momento la odié, porque Natalie se fue. Me situé ante su escritorio y dijo: —¿Qué tal te va? —Uhm… Bien. —Aún me sudaban las palmas de las manos por haber hablado en clase. —Me he dado cuenta de que no me has entregado los deberes. La carta. Clavé la vista en el reflejo que proyectaba el tubo de luz en el suelo y balbucí: —Ah, sí. Perdón. Todavía no la he terminado. —Bueno, te aumentaré el plazo por esta ocasión. Pero me gustaría que me la trajeras la semana que viene. Asentí. —Laurel, si alguna vez necesitas hablar con alguien… —dijo entonces. La miré inexpresiva. —Di clases en Sandia —añadió con cautela—. Cuando estaba en primer año, May iba a mi clase de Lengua....finn... UwU



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En el texto hay: ficcion, novela

Editado: 02.09.2020

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