Desde el momento en que me di cuenta que no importaba lo que hiciera no podría cambiar mi forma de ser, decidí que si esa era la vida que me había tocado, solo quedaba ¡disfrutar!
Recuerdo esas parrandas donde terminaba borracho y sin saber cómo había vuelto a la pocilga donde me quedaba, acompañado por alguna fulana…
Tenía el mundo a mis pies ¡era inmortal!... Nunca debí, pensar eso, pues la inmortalidad que me toco es una maldición, no un juego…
Mis heridas nunca sanan, siempre oigo a ese condenado perro atormentarme y lo que más “valoro”
NO PUEDO OLVIDAR.
Y me aseguro de nunca hacerlo al llevar a mi padre conmigo, en ese saco donde condeno a aquellos que son lo que yo fui una vez… y los recuerdos también me dejan saber el placer que sentí y siento cuando es una mujer la que termina en esa bolsa…
También permanece, un cielo teñido de rojo, provocado por la muerte de aquel hombre… ¡DESGARRADO POR LA MALCRIADEZ DE SU HIJO!
Mi maldición y la canción que estoy condenado a silbar me hacen recordar que, desde ese momento, ya nadie cuido de mi…
Unos creen que si oyen mi silbido de cerca estoy lejos.
Otros que si lo oyen de lejos estoy cerca.
Pero la verdad es que, nadie puede predecir cuando voy a aparecer ¡y eso es lo que le da el encanto a este infierno!
… ¿Has oído mi canción?