Puedo ver una luz.
Que nadie más puede ver.
Y esa misma luz es la que me guía a caminar por la noche y ver si alguien me puede ayudar.
Así ha sido por muchos años y ya perdí la cuenta de cuantos hombres han huido al verme, pero es que, ¿tan fea soy?
Tal vez es que no les agrado lo suficiente, por eso, siempre que logro llamar la atención de alguno, lo llevo lo más lejos posible para que así no tenga escapatoria… de cuando mi alma despierte.
Pues ésta, apenas siente que el hombre ha dejado a otra mujer en su casa. No puede evitar que el rencor se apodere de mí cuerpo y haga que aparezcan mis colmillos, mis largas uñas y mi rostro sediento de lujuria. Y solo cuando finalmente me canso de quitarle el alma, es que suelto un alarido de satisfacción por el buen rato que pase al sentir como mi victima gritaba y suplicaba mientras hacía lo que él había ido a buscar al dejar a su mujer sola.
Mi alma vuelve a dormir, desapareciendo por esa noche y con los años, aprendí cual es el mejor lugar para buscar por alguien a quien le agradé mi presencia y me pueda “ayudar”
Y casi siempre logro que me noten al pedir que enciendan un simple cigarrillo, y es con ese pequeño fuego naranja que se crea, que ellos entienden que soy esa mujer, que condena a todos los que vagan por el llano con espíritu libertino…
¿No tienes luz para mí?