Cartas de colores

14. IRONÍA - Reloj

Tic…tac… tic…tac…

Condenado reloj, ese sonido me comenzaba a estresar y lo peor es que tampoco se apuraba el aparato, ¿por qué justo en estos momentos tenía que ser tan lento?

Tic…tac… tic…tac…

Miré de nueva cuenta con insistencia el reloj, pero seguía marcando la misma hora, no había avanzado nada desde la última vez que lo vi y no podía evitar que eso me frustrará.

Tic…tac… tic…tac

Hice algunos garabatos en mi cuaderno, aburrida de estar en ese lugar. Levanté la cara y vi el pizarrón que se encontraba al frente del salón de clases, el cual tenía unas palabras que no me molesté en anotar.

Tic…tac… tic…tac…

¿De qué me servirían después de todo? Solo sería un desperdicio de tiempo, igual que en los últimos años, aunque en estos estuve obligada a copiarlas, aunque no quisiera.

Tic…tac… tic…tac…

Me recosté hacia atrás en el pupitre donde estaba sentada, viendo que era la única en ese sombrío lugar, donde había un ventanal por donde asomaba un paisaje muerto (según mis ojos), otros 26 pupitres marrones iguales al mío (pero vacíos), la pizarra, el asiento del profesor y ese condenado reloj que no cooperaba con mis deseos.

Tic…tac… tic…tac…

Puse mis brazos sobre la pequeña mesa, recostando en estos mi cabeza. Cerré los ojos, escuchando el sonido monótono de ese artefacto… siempre me había parecido irónico que el lugar donde te enseñan a llevar el tiempo y a valorarlo, sea el mismo que te haga perderlo.

Tic…tac… tic…

¿Y el tac? Levanté los ojos y vi que el reloj se había detenido, ya no se movía.

—Ahhhhhh, al fin —dije feliz, levantándome de mi puesto y recogiendo tranquilamente las pocas cosas que no detestaba, metiéndolas luego en mi mochila.

Avancé sin prisas hasta la puerta… la cual para mi mala suerte estaba cerrada.

Exasperada, me giré rápidamente y agarré las llaves que estaban sobre el escritorio. Y con movimientos algo bruscos quité el seguro de la puerta y la abrí.

—Ya debes de estar tranquila.

—Así es. Hay que irnos —Miré con expresión neutral al ente oscuro, cubierto con una túnica negra que, con un movimiento fluido de su brazo, acercó la gran hoz que llevaba hasta mi cuello, logrando que mi tiempo ya no volviera a correr nunca más.



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Editado: 17.12.2018

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