Cartas de colores

27. Dos almas contra una

En un mercado de la vieja Arabia, un niño pequeño de ropas gastadas y mirada anhelante, vagaba por los diversos puestos pensando si habría algo que pudiera llamar su atención e inmediatamente unas uvas moradas provocaron que su estómago gruñera hambriento. Con cuidado se acercó y sosteniéndose del borde de la mesa se asomó lo que su pequeña altura le permitió, pero bruscamente una mano lo sujetó del brazo alejándolo de las frutas que abundaban en el gran puesto.

— ¡¿Qué crees que estás haciendo pequeño ladrón?! —exclamó un hombre muy alto y corpulento con barba, el dueño del puesto, pensó él.

—No soy un ladrón señor, solo quería ver las uvas. Es que tengo mucha hambre —explicó el niño.

—Pues entonces deberías ir con tus padres y decirles a ellos en vez de andar merodeando solo por este bazar —dijo el hombre en un tono seco contrario a sus rasgos calmados. Soltó al niño y se volvió a internar en el puesto, pero el infante lo siguió.

—Por favor syd, ¿me podría regalar, aunque sea una uva para calmar mi hambre? —preguntó lastimosamente el niño.

—Ya vete tilf, no hay nada aquí que te puedas llevar sin pagar —pronunció el hombre de cabellos negros sin verlo a la cara.

El joven se dio la vuelta con el ceño fruncido y se alejó a paso rápido de la tienda del hombre. Durante la carrera sus pies se enredaron provocando que se cayera ensuciándose de polvo y tierra. Con lágrimas en los ojos el pequeño se levantó, topándose de lleno con una magnifica espada con mango de plata.

—Vaya —dijo el niño hipnotizado. Lentamente acercó una de sus manos a la espada, pero algo parecido a lo que ocurrió en el puesto de frutas pasó.

— ¿Qué quiere aquí niño? Dudo mucho que vengas a comprar algo —Un hombre de cabellos rojos y ojos verdes lo interrogó. Él era el dueño de las diversas joyas y piezas preciosas que se exhibían en ese lugar, uno de los mejores puestos de todo el bazar.

—Lo lamento syd me tropecé y terminé aquí… ¿cuánto cuesta esa pulsera? —preguntó con la mirada brillante, viendo un bello brazalete de oro cubierto con rubíes y esmeraldas, pensando que a su hermana le podría gustar. No importaba cuanto tiempo tardará tal vez lo pudiera conseguir.

—Nunca podrías pagarlo. Regresa a tu casa y si el caso es que no tienes, busca un lugar al que le puedas llamar así —respondió rudamente el hombre lanzando al niño fuera del puesto y dándole la espalda para recibir con una sonrisa a un nuevo cliente.

El niño se sentó frustrado y herido, con sus pobres ropas de múltiples colores raspadas. Con lágrimas pugnando por caer de sus ojos echó a correr dejando atrás a los dos hombres que lo habían humillado. Antes de darse cuenta chocó con una persona que se dio la vuelta y al ver al niño, el alivio se reflejó en su semblante.

—Hasta que lo encuentro joven, ¿encontró algo que le gustará? —cuestionó el hombre con mucho respeto al niño, pero este enojado solo le dijo que tenía que volver inmediatamente con su papá.

Al caer el sol el niño ya se encontraba al frente de su padre y con mucho odio le dijo todo lo que había pasado, dando a entender de inmediato que su vida había estado en “peligro” o al menos eso fue lo que hizo que su padre creyera quién iracundo, ordenó a voz viva a sus camaradas que se preparan para ir a defender el orgullo de su hijo.

— ¡Esos hombres aprenderán a no meterse con el hijo del rey de los ladrones! —gritó el hombre de hermosos ropajes llegando su voz a todas las personas que ocupaban ese gran palacio a las afueras de la ciudad, dónde los tesoros se desbordaban en grandes montañas resplandecientes.

Los caballos partieron de inmediato con sus jinetes armados con múltiples espadas y dagas, quedando atrás el niño, que al ver que todos habían desaparecido permitió que una sonrisa maliciosa surcará su infantil rostro.

Con el manto de la noche cubriéndolos, los ladrones fueron feroces, arrasando a su paso con lo que tuvieran en frente y asustando a aquellos que a lo lejos escuchaban el frenético correr de los corceles…

El primer caído fue el señor del puesto de frutas que exhausto estaba por entrar a su casa y que, sin poder predecirlo fue degollado por un jinete sobre su corcel quien con un impecable movimiento de su brazo cumplió la primera venganza en nombre del hijo de su syd siguiendo su carrera junto al resto de los hombres por las desiertas calles del bazar.

De lo que el asesino no se enteró fue que atrás quedaba una bebé llorando, por saber que su padre ya no iría con ella. Su madre había muerto a dar a luz y a los pocos meses la bebé se había puesto delicada de salud, por lo que su padre trabajaba incansablemente en un puesto que ni siquiera era suyo para poder pagar la medicina de su hija y evitar que ella sufriera el mismo destino de su madre…



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Editado: 17.12.2018

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