Cartas de colores

30. CONDENADO EN VIDA

Maldición, no quería. ¡Maldita sea! ¡NO QUERÍA VOLVER A ESE LUGAR!

No quería tener que volver a cruzar esas puertas pues no quería volver a sentir el miedo de saber que ya nadie lo esperaba ahí. Pero al mismo tiempo tenía que volver pues no soportaba abandonar la casa… abandonarla.

Un condenado año había pasado desde que ella se había ido en medio de la bruma de la noche, y ese mismo tiempo era el que los recuerdos lo llevaban atormentando al saber que nunca podría haber hecho algo para cambiarlo. Incluso si se lo hubieran advertido, no hubiera podido evitar que el detestable líquido carmesí salpicará el suelo y su alma, marcando así el comienzo de una pesadilla que no se apiadaba de él para poder saber si al menos estaba dormido o seguía despierto…

Una vez que las tareas se acababan, que ya no quedaba ninguna excusa que obligará a su cuerpo a seguir trabajando en ese espejismo que se había vuelto cada día. No quedaba más remedio que salir de la inconsciencia y caer en la realidad que representaba la puerta frente a la que estaba parado, que contenía tantos recuerdos y sentimientos… y solo era un pedazo de madera.

Pero a pesar de eso, resguardaba todas las memorias que había vivido con ella y eso era lo peor, lo que lo llevaba a sentir un odio irracional por el objeto por ese simple hecho. La marca de ella nunca se desvanecería de ahí, pero si lo podía hacer de su mente que, en contra de sus aparentes acciones, era lo último que quería hacer.

Una vez que la cruzaba comenzaba el verdadero sufrimiento pues todo se repetía como en una película. Era una secuencia. Ella salía y lo recibía con una sonrisa mientras comenzaba a hablar de su día evitando decir si algo le causo miedo o dolor, solo para hablarlo luego tranquilamente en el refugio que siempre le habían ofrecido mis brazos una vez que caía la noche y la tenía por horas abrazada a su pecho, pensando sin entenderlo a fondo lo feliz y lo mucho que la amaba. A pesar de decírselo casi a diario, un error que había rectificado luego de algunos años.

Después de la cena ella entraba al cuarto y yo me quedaba en la sala, para después de unos “prudentes” minutos seguirla como alma en pena y ocultarme para ver como se cambiaba y se alistaba para dormir, era simplemente un placer el hacerlo, pero ahora…

Un estruendo resonó en el lugar por culpa del espejo que se había roto por el golpe que le dio el hombre que nuevamente soltaba amargas lágrimas que salían directamente de su corazón, el único lugar donde parecía poder guardar suficiente espacio para que nunca se acabarán.

Lentamente fue cayendo al suelo al saber que ya nada podía evitar que el desastre se repitiera en su mente. Se arrodilló frente al tocador donde ella pasaba minutos, para él horas, tratando de ponerse más bella solo para él, pero el hecho de que ella hiciera eso en su bendita inocencia, solo aumentaba el amor que sentía por ella; pues a pesar de lo que dijeran, a él nunca le molesto que pudiera tardar una eternidad en hacerlo, pues sería el mismo tiempo que tendría para admirarla en silencio…

En ese mismo lugar, abrazando sus rodillas mientras el dolor comenzaba a recorrer su cuerpo, su muerte ocupó su mente.

Solo había llegado del trabajo con la idea de descansar con su bella esposa, que a pesar de lo tarde que era, y sus constantes reproches para que dejará de hacerlo, sabía que lo esperaba despierta sentada en la sala. Para apenas poner un pie en la casa recibirlo con una sonrisa y momentos después con sus gemidos mientras le mostraba con acciones lo importante que era para él, quien nunca fue bueno con las palabras, pero cuando le hacía el amor le mostraba todo aquello que su alma guardaba y suplicaba por dejar salir. La imagen de ella era simplemente sublime y el calor que desprendía su cuerpo era un cruel ensueño comparado con el frío del suelo que lo sostenía en esos momentos de tortura.

Lo único que nunca pudo predecir… fue que ella no lo recibiera allí. Esa noche al entrar a su casa el silencio lo envolvió y aterrado por este corrió desesperado por todo el lugar… nunca en su vida había sentido algo así y Dios sabe que, hasta el día de hoy, cada vez que entraba al lugar… sentía la misma desesperanza.

Su mujer, esa linda chica que lo comprendió en los peores momentos, que lo hizo reír en los mejores… estaba siendo apresada del cuello por un cuchillo mientras un infeliz la sostenía por detrás. No importó lo que suplicó, lo que imploró para que la dejará libre. Él un hombre que se jactaba de su orgullo, lo dejó tirado contra el suelo al ver a su mujer en tal peligro, pero… no sirvió de nada. Tampoco el gritó que rasgo su garganta cuando el cuchillo atravesó su pecho, su corazón.

No sirvió gritarle infinidad de veces mientras se manchaba de la sangre que no dejaba de brotar de su pecho donde lentamente lo que la mantenía viva se apagaba, donde su corazón se estremecía por seguir latiendo un poco más. Hizo todo lo que se pudo imaginar y lo que no, para tratar de evitar que ella se fuera. Pero cuando vio sus ojos con una ultima luz que se apagaba, cuando vio su cara manchada con el líquido rojo que inevitablemente había esparcido sobre ella al tratar con sus manos de mantenerla despierta. Se tomó un segundo, solo un segundo para verla, y un grito brotó de su pecho.



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Editado: 17.12.2018

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