Que no entiendes mis palabras
Sin embargo, no te he de juzgar
Pues yo no entiendo
Tu misma existencia de severidad.
Los seres místicos se alejan
Al ver tu fortaleza,
Cosa rara que es parte
De tu naturaleza,
Y a pesar de eso es inentendible,
Al mismo tiempo,
Tu naturaleza tan apacible.
Adictiva parece tu presencia
A la vez que me repelen tus actos y recuerdos
Carnales y terrenales,
Pues el salvajismo implícito en tu aura,
Solo logran confundir
La misma existencia de la naturaleza.
Hijo de la luna
Que no entiendes mis palabras
Llamas sin saber
La verdad de tu corazón
Que irrefrenable corre
Al ocaso del sol.
Mil canciones suenan
Ante tu “persona” o espíritu danzarín.
Pero prefiero las flautas que me encadenan
Con los tambores de Odín,
Guiando mis movimientos de cadera
Que inconscientemente a su son resuenan.
Inevitablemente estos me recuerdan
Al misticismo árabe,
Un sentimiento lleno de sensualidad y pasión
Que me hace sonrojar
Ante su mera mención.
Rindiéndome, por fin
Ante tu sonrisa tan ruin,
que involuntariamente e
Imprudentemente,
Despiertan el aura en mí
Que la guerra contra ti me lleva a dirigir.
¿Quién será el que a los pies del otro caiga?
Rindiéndose ante el verdadero salvajismo
Del hijo del misticismo
capaz de derrotar al insufrible
sonambulismo.
Entonces y así
¿El ritmo quieres intentar seguir?
Pues solo dilo para empezar con la travesía
Que conlleva descubrir al sultán
Del imperio o, mejor dicho,
Sueño etéreo.