—Podrías haber enviado un mensaje —digo, llamando su atención.
—No tengo tu número.
—Pero tienes el de Ethan, y a mi hermano no le importaría pasarme el mensaje.
Brook sonríe, girándose hacia la puerta que nos llevará de vuelta a los pasillos de la escuela. Caminamos codo con codo hasta la puerta.
—Ethan es un buen tipo, pero acabaría diciéndoselo a los demás chicos.
—¿Y qué?
—No quiero malas vibraciones en el equipo.
Le miro, aún sin entender, haciéndolo reír. Caminamos por los pasillos vacíos hasta que salimos de la escuela, Brook sigue sin decir nada y el cansancio de mi noche en vela se está apoderando de mí otra vez.
—¿De verdad no lo entiendes?
—¿No entiendo qué?
—Tyler y Cohen.
—¿Qué pasa con ellos?
—¿Es en serio Prescott? —Se ríe—. Eres mucho más lenta de lo que pensaba.
Le doy un golpe en el hombro, haciéndolo reír aún más. Seguimos caminando por el jardín y llegamos al exterior de la escuela. Me detengo a mirarlo, ¿a dónde vamos?
—Hicimos una asociación.
—Lo sé. —Mirándolo, aún sin entender, aparto la vista cuando oigo varias voces. Las animadoras salen por la puerta principal, los ojos de Sara se clavan rápidamente en nosotros.
—Te dejaré una nota mañana, para que nos veamos fuera y hablemos de los equipos.
—¿No es más fácil pedirme el número que dejarme una nota? Y no hay posibilidad de que salga mañana por la noche.
—Prefiero las notas, Prescott. —Sonríe, sus dientes perfectamente alineados brillan como los de un anuncio de dentífrico—. Fijemos un día entonces.
—El sábado estaré libre.
—Bien, dejaré el lugar en tu escritorio cualquier día de la semana.
—Muy bien, Zafón.
—Nos vemos, Prescott.
Le veo caminar hacia el otro lado y me dispongo a hacer lo mismo antes de que Sara corre hacia mí y me llena de preguntas innecesarias. Encuentro a Ethan en el mismo sitio de siempre, sus ojos cerrados y su respiración serena me hacen preguntarme si duerme de pie.
—¿Está lista la bella durmiente para volver al castillo?
Se ríe, abre los ojos y me rodea los hombros con su brazo para comenzar a caminar juntos. Ethan me va contando cómo le ha ido en el día y el problema que ha tenido con uno de sus profesores por no haberle cogido el trabajo. Le cuento partes de mi día, ocultando el detalle de la nota de Brook y nuestra “cita” del sábado, ya se lo contaré más tarde.
Al entrar en el apartamento nos damos cuenta de que está vacío, una nota de Eleanor en el mostrador avisa de que han salido a entregar paquetes y que comprarán la cena. Volvemos a ordenar la habitación, que para este momento tiene un aspecto un poco mejor.
—¿Qué quería Brook?
—¿Nada?
Ethan se ríe, lanzándome un libro. Le miro sonriendo al reconocer mi última lectura, “Ángeles y Demonios” de Dan Brown, me gustó mucho ese libro. Lo guardo en una de las cajas que hay debajo de la cama, por desgracia el espacio de la habitación que compartimos con Ethan no es mucho, lo que nos obliga a guardar la mayoría de las cosas en cajas.
—¿Por qué está la foto de tu madre entre nuestros trofeos?
Sonrío al encontrar la foto que llevaba semanas buscando, la tomo de la mano del pelirrojo, devolviéndola a su puesto en la parte superior del escritorio.
—Llevo días buscando esta foto.
—¿Cuánto hace que no arreglamos esto?
—No tengo ni idea.
Ethan pone música en su móvil mientras ordenamos la habitación al son de Imagine Dragons. El silencio de la casa pronto es sustituido por conversaciones, y solo en ese momento me doy cuenta de que tengo que enfrentarme a Amber y Logan, aún no estoy preparada, la carta dos está fija en mi mente.
—Ethan, Eleanor te llama. —La voz de mi madre llena la habitación, haciéndome tragar saliva y concentrarme en los libros que estoy organizando. Tengo cuidado de no mezclar los libros de texto, ya que, por mucho que estemos en el mismo curso de bachillerato, Ethan es mucho más estudioso y caprichoso con sus cosas—. ¿Podemos hablar, cariño?
—Claro, ¿qué necesitas? —pregunto dándole aún la espalda, ¿tendré algún día el valor de volver a mirarla a la cara?
—Mírame, Alice.
Respiro hondo, armándome de valor para hacer tal acto. No estamos solas en la habitación, Logan también está aquí en silencio, algo atípico en mi padre, que siempre habla demasiado en cualquier ocasión. Ambos me miran con cierta cautela, este momento me recuerda a mis siete años.
—¿Qué pasó, Alice?
—Leí la carta dos —digo finalmente en voz alta, no puedo mentirles. Ambos no se sorprenden, debí haberlo esperado—. Lo siento, no podía mirarte y no recordar la carta.
Amber esboza una sonrisa triste, acercándose a mí. Sus manos se detienen ambas junto a mi mejilla, su breve caricia me devuelve la tranquilidad que me faltaba este día.