Cartas de medianoche en París

Chapitre 2 : "Lettres dans l’Après-midi" ✉️✨

La semana siguiente, Elena regresó a la floristería como siempre, con las primeras luces del día entrando a través de las ventanas. Su rutina se había mantenido igual, pero había algo diferente en el aire. Desde aquel encuentro con Daniel, la floristería parecía un lugar más lleno de posibilidades, y ella no podía evitar pensar en él, en su rostro empapado y en la suave timidez que él había mostrado al final de su breve visita.

Cada vez que entraba en la tienda, las flores parecían tener más colores, como si de alguna manera el encuentro con él hubiera pintado un matiz especial en su mundo. Elena se encontraba mirando el ramo de jazmín y lavanda que le había dado a Daniel, ahora seco y guardado en un pequeño jarrón sobre la mesa. Algo en esos colores calmaba su alma.

Pasaron varios días sin que él regresara, y ella comenzó a preguntarse si realmente volvería. Pero entonces, un jueves por la tarde, cuando el sol ya comenzaba a esconderse detrás de los tejados, un sobre blanco llegó a su mesa. No estaba firmado, pero el papel, ligeramente arrugado, tenía la misma textura que el papel que ella había visto en las notas que Daniel había dejado en su mesa.

El corazón de Elena dio un pequeño salto cuando lo abrió, revelando una carta cuidadosamente escrita, con tinta negra y elegante. Era la primera vez que alguien le escribía a mano en años, y esa sensación de algo auténtico la envolvió.

La carta comenzaba de manera simple, pero con un tono inconfundiblemente personal:

"Elena,"

"Nunca pensé que un encuentro tan accidental podría tener tanto significado. Me has dado más de lo que esperaba esa tarde, aunque no lo supe en el momento. Desde que salí de tu tienda, he estado pensando en las palabras que intercambiamos. En el jazmín y la lavanda que me ofreciste, como si pudieras leer la historia que llevo en mi pecho."

"¿Cómo se puede expresar un amor tan complejo con unas simples flores? Tal vez eso es lo que busco, algo que capture el dolor, la dulzura, el miedo y la esperanza que todo ser humano lleva consigo. A veces pienso que las palabras son insuficientes, pero quiero seguir buscando."

"Si tienes tiempo, me encantaría que me acompañaras a una cafetería en el barrio. En la Rue des Abbesses, hay un pequeño café donde las luces de la tarde hacen que todo se vea más claro. Tal vez, al menos por un par de horas, podamos hablar sin prisa. Estoy seguro de que tienes algo que contarme."

"Con cariño, Daniel"

Elena dejó escapar un suspiro, sonrojándose levemente. El tono de la carta era tan íntimo, tan lleno de preguntas que ella misma sentía que había muchas que debía responder. Pero una duda persistía: ¿debería aceptar la invitación? No estaba acostumbrada a este tipo de invitaciones. La vida siempre había sido más tranquila, más predecible, y Daniel representaba una ruptura con todo eso.

Se levantó de su silla y fue hasta el espejo detrás del mostrador, mirando su reflejo. Estaba nerviosa, pero la idea de hablar con él nuevamente, de compartir un momento más allá de su tienda, la hacía sentir algo que no lograba identificar. Sin darse cuenta, sonrió.

Al día siguiente, a la misma hora, Elena se dirigió al café de la Rue des Abbesses. El lugar era acogedor, con mesas de madera oscura y luces suaves que iluminaban el ambiente cálidamente. La chimenea chisporroteaba en una esquina, y el aire estaba impregnado con el aroma a café y croissants recién horneados.

Cuando entró, sus ojos se encontraron con los de Daniel, quien estaba sentado en una mesa en el rincón, mirando por la ventana como si esperara algo o a alguien. Llevaba una chaqueta oscura, y su cabello, ahora ligeramente más largo, caía sobre su frente de manera desordenada. Parecía tan familiar, como si hubiera sido parte de su vida por mucho tiempo, aunque no era así.

"¿Lo siento, estoy tarde?" preguntó Elena, sintiéndose un poco incómoda por la tensión del momento.

"Non," respondió Daniel, levantándose con una suave sonrisa en su rostro. "He llegado temprano. Quería ver cómo se veía el mundo a través de los cristales, como si fuera la última vez que lo observara." Su tono era poético, y Elena notó que sus palabras siempre parecían envolver el aire a su alrededor.

Se sentó frente a él, y por un momento, el silencio reinó. Daniel no parecía presionar, como si respetara el espacio que ella necesitaba. La conversación fluyó lentamente, como un río que va encontrando su cauce. Hablaban de todo y de nada, de las pequeñas cosas que hacían que París fuera tan especial. Pero, sin darse cuenta, la charla fue girando hacia algo más personal.

"Me pregunto, Elena," dijo Daniel después de un rato, mirando su taza de café con algo de intensidad. "¿Qué significa para ti el amor? Es un tema complicado, ¿verdad? Algunas personas lo ven como algo efímero, algo que se puede perder fácilmente. Otros lo buscan en las cosas pequeñas."

Elena pensó por un momento. "El amor," dijo, casi en susurro. "Para mí es como las flores. Algunas florecen rápido, otras tardan en abrirse, pero cuando lo hacen, el aroma es tan intenso que no puedes olvidarlo. No se trata de apresurarse, sino de entender cuándo es el momento adecuado."

Daniel la miró con admiración. "Eres muy sabia, Elena. Me gustaría poder escribir sobre eso... Pero tal vez me estoy adelantando."

Ella sonrió, jugando con la taza entre sus manos. "La escritura siempre parece estar un paso adelante, pero también tiene que encontrar el momento para expresarse."

El silencio cayó nuevamente, pero ya no era incómodo. Estaban construyendo lentamente un puente entre ellos, uno que, aunque invisible para los ojos ajenos, estaba tomando forma con cada palabra.

Elena sabía que ese día, en ese café, algo había comenzado a nacer. Un romance que no se forjaba con rapidez, sino con delicadeza, como un pétalo que se abre al sol. En París, en ese rincón lleno de luz tenue y promesas, todo parecía posible.




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