El sol de la tarde caía suavemente sobre las calles empedradas de Montmartre. Elena caminaba lentamente, disfrutando de la calma que se extendía por el barrio. Cada rincón de París tenía su propio encanto, pero Montmartre, con su aire bohemio, siempre había sido el lugar que más le gustaba. Las pequeñas calles, las galerías de arte, las cafeterías que se alineaban como un desfile de colores y aromas, todo en ese barrio parecía contar una historia.
Aquel día, sin embargo, Elena no solo disfrutaba del paisaje. Tenía una carta de Daniel guardada en su bolso, que había llegado por la mañana a la floristería. Había sido escrita con la misma delicadeza de siempre, pero esta vez, las palabras eran más profundas, más cercanas a lo que sentía.
Cuando llegó al pequeño parque que tanto le gustaba, decidió sentarse en una banca. La carta estaba allí, esperando ser leída. Con una ligera sonrisa en los labios, Elena la abrió.
"Ma chère Elena," comenzó la carta, esa misma familiaridad en las palabras le dio un pequeño alivio. "Esta ciudad, siempre llena de sorpresas, se ha convertido en algo más para mí desde que te conocí. No sé si lo he mencionado antes, pero cuando escribo, suelo hacerlo con el corazón, sin pensar demasiado. La última vez que te vi, sentí que había una historia esperando ser contada, aunque no sabía cómo empezar."
"Tal vez es la luz de París, que se refleja en cada rincón, o el simple hecho de estar contigo, de mirar tus ojos y descubrir que hay algo más, algo que no puede explicarse con facilidad. He pensado mucho en lo que dijiste sobre el amor siendo como las flores, y creo que tienes razón. Tal vez no todos florecen al mismo tiempo, pero cuando lo hacen, es algo hermoso, ¿verdad?"
"Hoy, a las cinco de la tarde, estaré en Le Café des Arts, en la Rue de la Vieille Lanterne. Tal vez no haya una razón para que te acerques, pero no puedo evitar pensar que sería agradable ver tu rostro de nuevo, escuchar tu voz."
"À bientôt, Daniel."
Elena dejó la carta en su regazo, observando el papel con una mezcla de emociones. Cada palabra de Daniel la envolvía en una suavidad que no esperaba. La invitación era clara: él quería verla nuevamente. El tiempo que pasaban juntos, aunque breve, siempre estaba lleno de una sensación de intimidad que la dejaba pensando en él incluso después de que se despedían.
El sol ya se estaba poniendo, tiñendo el cielo de tonos naranja y rosa. Decidió que no pasaría más tiempo dudando, y en lugar de seguir su camino hacia la floristería, se dirigió directamente a Le Café des Arts.
Era un café pequeño, con una fachada antigua y un aire encantador. Las luces amarillas iluminaban suavemente el interior, y el murmullo de las conversaciones se mezclaba con la música suave que salía de un pequeño piano en una esquina. La gente, elegante pero no ostentosa, conversaba tranquilamente mientras degustaban su café o su vino.
Elena entró con paso firme y buscó a Daniel. Lo encontró rápidamente, sentado cerca de la ventana, como siempre, mirando al exterior con la mirada distante que tan bien conocía. Él la vio llegar y su rostro se iluminó con una sonrisa cálida, tan sincera que la hizo sentirse en casa.
"Elena," dijo, levantándose de su asiento. "Je suis heureux de te voir ici."
"Yo también," respondió ella, sonriendo tímidamente. "El café parece encantador. Nunca lo había notado antes."
"Es un lugar especial," dijo Daniel mientras la guiaba hacia la mesa. "Justo aquí, bajo estas luces, uno puede sentir que el tiempo se detiene un momento. Quizás, lo que necesitamos es que el tiempo se detenga, aunque solo sea por unos minutos."
Elena se sentó y pidió un café, mientras Daniel ya había pedido un vino tinto para los dos. Había algo en su manera de hablar, algo que no se podía negar. La confianza que había crecido entre ellos desde su primer encuentro, con su torpeza y su risa, se sentía ahora como un delicado lazo, que se mantenía firme, pero sin presionar.
Durante la charla, la conversación fue fluyendo como un río tranquilo. Hablaron de libros, de música, de los pequeños momentos cotidianos que hacían que el mundo se sintiera tan lleno de posibilidades. Elena se dio cuenta de que, a pesar de ser tan diferentes, compartían una visión similar de la vida, esa capacidad de encontrar belleza incluso en los rincones más inesperados de la ciudad.
"Daniél, me haces pensar que París es más que una ciudad. Es como un refugio para las almas perdidas," dijo Elena, casi en un susurro.
"Oui," respondió él con una ligera sonrisa. "Es cierto. París tiene la capacidad de convertirnos en soñadores, pero también de darnos la oportunidad de encontrar lo que necesitamos. Aunque a veces eso sea complicado."
Ella lo miró fijamente, sintiendo que sus palabras tenían más peso del que aparentaban. Se sintió vulnerable, pero al mismo tiempo, el deseo de conocerlo más la invadió como una corriente cálida.
"Es curioso," dijo Elena con un brillo en los ojos. "¿Sabes? He pasado por muchas calles de París y nunca me había sentido tan en casa como ahora. Algo en esta ciudad, en la gente que la habita, en las conversaciones, todo tiene su propio ritmo."
Daniel la observó por un momento, antes de hablar con suavidad: "Elena, creo que esta ciudad ha encontrado en ti una nueva historia. Y me pregunto si esa historia está conectada de alguna forma con la mía."
Elena no supo qué responder, pero por primera vez, la incertidumbre que sentía no la asustaba. Algo dentro de ella estaba comenzando a ceder, permitiendo que las palabras fluyeran libremente.
Pasaron el resto de la tarde hablando, dejando que el tiempo los envolviera en una burbuja de calma y comprensión. Cuando llegó el momento de despedirse, Daniel la acompañó hasta la puerta del café.