La siguiente semana, Elena despertó con el sonido suave de la lluvia golpeando contra las ventanas de su pequeño apartamento en Montmartre. El clima gris era un reflejo perfecto de sus pensamientos, que, como las gotas de agua, caían lentamente sobre su mente. Había pasado toda la noche pensando en la última conversación con Daniel, en sus palabras que se habían quedado flotando en el aire, como si fueran una melodía sin fin.
Aquel café en el que se habían encontrado parecía haberse vuelto parte de su rutina, aunque, en el fondo, sabía que las visitas a ese lugar especial solo ocurrirían de manera ocasional. Lo que sí era cierto, era que había algo más entre ellos, algo que no podía explicarse solo con palabras. A veces, las miradas decían más que cualquier frase, y los silencios entre ellos parecían ser más elocuentes que cualquier discurso elaborado.
Cuando salió de su apartamento, con una bufanda blanca rodeando su cuello y una ligera brisa tocando su rostro, se dio cuenta de que había algo que la inquietaba. El amor, aunque tan cercano en el aire de París, aún era un concepto distante para ella. A pesar de la dulzura de Daniel, las cartas que había recibido de él, y las tardes que compartían, algo dentro de Elena no terminaba de abrirse completamente. Había miedo, como siempre lo había tenido.
Ese mismo día, después de terminar de arreglar algunas flores en la tienda, se sentó en el pequeño rincón que había hecho para ella, donde tomaba un descanso con un café. El lugar era tranquilo, casi como un pequeño refugio, con paredes cubiertas de enredaderas y una ventana que daba hacia la calle. Allí, sobre la mesa, había algo que la esperaba: una carta de Daniel.
La carta estaba cerrada con una delicada cinta de raso roja, y al abrirla, una brisa fresca de París parecía invadir la habitación. Las palabras que Daniel había escrito eran tan sencillas, pero tan llenas de significado, que Elena sintió una calidez en su pecho al leerlas.
"Ma chère Elena," comenzó la carta. "A veces, las palabras no son suficientes para expresar lo que siento. Pero te escribiré de todos modos, porque hay algo en este lugar, en este momento, que me dice que tú lo entenderás. La última vez que nos vimos, hubo un instante, un solo segundo, en el que sentí que el tiempo se había detenido. No era el café, ni el ambiente de Montmartre. Era algo más. Algo que no se puede tocar con las manos, pero que se siente en el corazón."
"Sé que no hemos hablado mucho sobre lo que está creciendo entre nosotros, pero algo me dice que debemos ir despacio. No es que no quiera correr, pero creo que los momentos más hermosos se construyen lentamente, como las flores que necesitas cuidar todos los días. No hay prisa, Elena. Quiero que todo esto sea real."
"Si alguna vez dudas de mí, mira al cielo. Las estrellas no mienten, y ellas, en su infinita quietud, me dicen lo que siento."
"Je suis là, Daniel."
Elena cerró la carta lentamente, dejando que sus pensamientos se calmaran. Sus palabras resonaban en su mente, y algo dentro de ella se movió, como si finalmente empezara a comprender lo que Daniel quería decir. Él no buscaba apresurarse, no buscaba esa rapidez que siempre había creído que era necesaria en una relación. Él quería lo mismo que ella: una historia construida poco a poco, con paciencia, con delicadeza.
Por la tarde, cuando el sol comenzó a ponerse, Elena decidió responderle. No sabía si sus palabras serían suficientes, pero sentía que debía intentarlo. Tomó una hoja de papel, sacó su pluma y escribió cuidadosamente.
"Daniel," comenzó, con la pluma moviéndose suavemente sobre el papel. "Sé que quizás te parezca extraño, pero algo en mí siempre ha temido abrirme completamente al amor. Tal vez sea porque me he convencido de que los momentos más dulces siempre están acompañados de alguna tristeza. Pero, después de tus cartas, después de nuestras conversaciones, empiezo a ver que el amor no tiene que ser una espera constante de la caída. Tal vez, solo tal vez, es solo la esperanza que nunca se apaga."
"Es cierto lo que dices, las flores crecen lentamente, y las más hermosas son las que necesitan más tiempo. No quiero que nada de esto se apure, pero me gustaría que sigamos caminando juntos, sin prisa, pero sin detenernos."
"Te espero en el lugar que tú elijas. Siempre será un honor compartir una tarde contigo. Avec tout mon coeur, Elena."
Con la carta lista, Elena la guardó en su bolso y salió de la floristería. Decidió no apresurarse. Las cartas que compartían no tenían prisa, y ella tampoco quería apresurarse a tomar decisiones apresuradas. Pero algo en su interior sabía que, en ese preciso momento, algo había comenzado a cambiar.
Esa noche, mientras paseaba por las tranquilas calles de Montmartre, se detuvo junto al Moulin de la Galette. La luna estaba alta en el cielo, bañando todo en un tono plateado, y la brisa suave hacía que las luces de las farolas se movieran suavemente. Elena suspiró, deseando que las palabras de Daniel fueran más que solo palabras. Deseando, sobre todo, que él pudiera leer sus pensamientos, ese temor callado que aún no quería dejar ir.
Elena se detuvo un momento, mirando el horizonte, y susurró en voz baja, como si alguien estuviera escuchando: "Je crois en nous, Daniel."