El invierno en París llegó como siempre, con sus tardes frías y cielos nublados que daban paso a noches largas. La ciudad se envolvía en una atmósfera romántica, especialmente bajo las luces tenues de las farolas que iluminaban las calles empedradas. Era un lugar ideal para pasear, y aún más para pensar en lo que Elena no se atrevía a decir.
Los días pasaban y, aunque su rutina seguía siendo la misma, algo había cambiado en su interior. Las cartas de Daniel se habían vuelto más frecuentes, más profundas. Cada palabra, cada frase, parecía atravesar algo dentro de ella, despertando sentimientos que pensaba que nunca volverían a surgir.
Una tarde, después de cerrar la floristería, Elena decidió darse un pequeño gusto: caminar hasta una librería cercana. Le gustaba el olor a libros antiguos que siempre flotaba en el aire, el suave sonido de las páginas pasando y la calidez que ofrecían esos pequeños rincones llenos de historias. Al llegar, la tienda estaba más tranquila de lo usual, con solo un par de personas hojeando libros.
Al entrar, la campanita sobre la puerta sonó suavemente. Elena caminó entre los estantes, acariciando los lomos de los libros, sintiendo ese cosquilleo familiar en su interior. Había algo tan reconfortante en esos momentos, tan lleno de magia, que le hacía olvidar el frío exterior.
Y entonces, entre los pasillos, lo vio. Allí estaba Daniel, en una esquina, frente a una estantería que parecía casi vacía, pero que él estudiaba con atención. Como siempre, estaba elegante, su abrigo oscuro contrastando con la suavidad del lugar.
El corazón de Elena dio un salto, pero se obligó a mantenerse serena. No era la primera vez que lo veía, pero sí la primera vez que se encontraba con él en un lugar tan personal para ella. Respiró hondo antes de acercarse.
"Bonjour," dijo Elena, su voz suave, pero con una sonrisa genuina que se dibujó automáticamente en su rostro.
Daniel levantó la vista, y al ver a Elena, su expresión se iluminó. "Ah, Elena, je suis content de te voir ici."
"Yo también," respondió ella, sonrojándose un poco. "Nunca imaginé que te encontraría en una librería."
"Me gusta venir aquí," confesó él, mirando las estanterías con una expresión pensativa. "Hay algo especial en este lugar, en los libros, en las historias... Es como si uno pudiera encontrar lo que no sabe que está buscando."
Elena asintió, comprendiendo perfectamente lo que él quería decir. Sus palabras tenían ese toque poético que siempre la hacía sonreír.
"¿Buscas algo en particular?" preguntó Elena, mientras su mirada se desviaba hacia los libros a su alrededor.
"Sí," dijo Daniel, caminando hacia una estantería. Sacó un libro con cuidado, lo miró por un momento, y luego lo sostuvo frente a Elena. "Este libro... tiene algo que me recuerda a ti."
Elena frunció el ceño con curiosidad. "¿A mí?"
"Sí," dijo Daniel, su tono suave y directo. "Es un libro de poesía, pero no de la poesía que uno lee en cualquier lugar. Esta tiene algo... especial, como las flores que cuidas. Algo que no puedes explicar con palabras."
Elena tomó el libro entre sus manos, acariciando la tapa con los dedos. Era un libro antiguo, con letras doradas que brillaban a la luz suave de la librería. Su corazón latía más rápido mientras sus ojos recorrían la portada, buscando algún tipo de conexión.
"Es precioso," murmuró Elena, sin dejar de admirar el libro. "¿De verdad me recuerdas a este libro?"
"Sí," respondió él, acercándose más. "No puedo evitar pensar en ti cuando lo miro. Tu forma de ver la vida, el cuidado con el que eliges cada flor, cómo todo lo que haces tiene un propósito."
Elena se quedó en silencio por un momento, tocando la portada del libro con una suavidad que sorprendió incluso a ella misma. De repente, sentía que el ambiente a su alrededor se desvanecía, como si todo lo demás se hubiera detenido. Solo existían ella, él, y ese momento compartido entre las estanterías de libros.
"Daniel, no sabes lo que eso significa para mí," dijo Elena, su voz un poco temblorosa. "Es... muy hermoso."
"Te lo puedo dar," dijo él con una sonrisa tranquila, sin apartar su mirada de ella. "Es un pequeño obsequio, un gesto que puede no significar mucho, pero que creo que refleja lo que quiero decir con mis cartas."
Elena levantó la vista, y en sus ojos brilló una mezcla de emoción y miedo. "¿Y qué es lo que quieres decir, Daniel?"
"Que me encantas," dijo él, acercándose un paso más, con una sinceridad que hizo que Elena sintiera que todo lo demás a su alrededor ya no importaba. "Y aunque no lo diga todo el tiempo, cada palabra que te escribo está llena de lo que siento. Estoy aquí, si alguna vez decides que también quieres que esto sea algo más."
Elena sintió que su respiración se detenía, pero en lugar de apartarse, lo miró fijamente a los ojos, como si fuera la primera vez que realmente lo veía. "Te agradezco cada palabra," dijo, su voz llena de emoción. "Pero no sé qué quiero aún, no sé si estoy lista."
Daniel asintió con comprensión, como si ya lo supiera. "No tienes que estar lista. No hay prisa. Yo estaré esperando. Pero te prometo que cada vez que te vea, lo que más quiero es que tú estés aquí, conmigo."
En ese momento, con el libro en sus manos y el sonido suave de la librería envolviéndolos, Elena sintió que el tiempo se deslizaba lentamente. Quizás el amor no era algo que pudiera forzar. Quizás todo lo que necesitaba hacer era dejarse llevar, un paso a la vez.