El aire frío de la mañana de diciembre se colaba por los rincones de la librería. Daniel estaba de pie, esperando, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo, observando a Elena con una mezcla de impaciencia y esperanza. Ella aún no había dicho nada, solo lo había mirado con esos ojos que no dejaban de mostrar una mezcla de confusión y dulzura. Su corazón latía con fuerza mientras la veía acercarse lentamente, cada paso una carga más pesada en su pecho.
Elena finalmente se detuvo frente a él, y por un momento, ambos se quedaron en silencio. La librería estaba casi vacía, solo el sonido suave de las páginas al pasar y el aroma de los libros llenaban el espacio. Aquel momento se sentía como si el tiempo se hubiera detenido, como si las horas no existieran entre ellos. Finalmente, Elena habló, con voz suave pero firme.
"Daniel... Estoy aquí porque... porque necesito entender."
Él la miró, un brillo de comprensión en sus ojos. Sabía que este momento llegaría tarde o temprano. Había esperado tanto tiempo para poder hablar con ella, para poder decirle lo que realmente sentía. Pero sabía que el miedo de Elena no desaparecería de inmediato. Así que, en lugar de apresurarla, decidió escuchar primero.
"Entiendo, Elena," dijo él, su voz suave, como si temiera romper el delicado equilibrio entre ellos. "No tienes que decirlo todo de inmediato. Pero sé que hay algo en ti, algo que te detiene."
Ella suspiró, mirando al suelo por un momento antes de mirarlo de nuevo. No quería parecer débil, no quería que él pensara que no lo había pensado bien. Pero la verdad era que su corazón estaba lleno de tantas emociones que no sabía por dónde empezar.
"El amor... El amor me asusta, Daniel." Su voz temblaba, pero no era por tristeza, sino por esa vulnerabilidad que no podía controlar. "He pasado tanto tiempo construyendo una vida sola, rodeada de flores, de libros, de cosas que no me requieren de nadie... Y ahora, siento que todo eso se desmorona, que todo lo que conocía se desvanecerá si dejo que tú entres en mi vida."
Daniel escuchaba atentamente, su expresión suavizada por la ternura que sentía por ella. Se acercó un poco, pero no demasiado, respetando su espacio, su necesidad de estar en control. Quería decirle todo lo que sentía, pero también sabía que las palabras podían asustarla aún más.
"No quiero que sientas que te estoy presionando, Elena," dijo él con una sonrisa triste. "Solo quiero que sepas que, si alguna vez decides darme una oportunidad, te prometo que no te haré daño. El amor no es algo que deba asustarnos, sino algo que debemos aceptar, con todos sus miedos, pero también con su belleza."
Elena lo miró fijamente, como si intentara leer más allá de sus palabras, como si buscara algo en sus ojos que la convenciera de que todo esto era real. Era como si, por primera vez en su vida, pudiera ver el amor sin las barreras que había levantado durante años. Era aterrador, sí, pero también hermoso. Y eso la dejaba sin palabras.
"Y si no puedo... Si no estoy lista..." susurró Elena, su voz quebrada. "¿Qué pasará?"
Daniel la miró con una seriedad inquebrantable, pero con una suavidad que tocaba su alma. "Nada pasará, Elena. Estaré aquí. Y si alguna vez decides estar lista, seré el primero en estar a tu lado. No tienes que hacerlo por mí, ni por nadie. Solo hazlo por ti."
Elena sintió como un peso se levantaba de su pecho. Sus palabras, aunque simples, resonaron en su corazón de una manera que nada había hecho antes. No había prisa, no había expectativas. Solo había comprensión, paciencia y la promesa de algo más.
En ese momento, ella entendió algo que había estado evitando. El miedo al amor, la inseguridad, no la definirían. Ella también merecía algo hermoso, algo que pudiera construirse lentamente, como una flor que se abre con el tiempo.
"Je ne sais pas si je suis prête, mais je veux essayer." (No sé si estoy lista, pero quiero intentarlo.)
Las palabras en francés salieron de sus labios sin pensarlo. Daniel sonrió, esa sonrisa que siempre había soñado ver, una sonrisa que, por fin, le dio la certeza de que había un camino que ambos podían recorrer juntos, aunque fuera lento.
"Je serai là pour toi, Elena." (Estaré aquí para ti, Elena.)
Elena sintió que su corazón latía con más fuerza, como si, por fin, hubiera encontrado el ritmo que tanto le había costado alcanzar. Dio un paso hacia él, pero aún con la cautela de quien sabe que el amor verdadero no se apura. El amor no es solo pasión, sino paciencia, y eso era lo que Daniel le ofrecía.
"Vamos paso a paso, Daniel. No sé qué depara el futuro, pero quiero ver qué pasa si realmente lo intento."
"Eso es todo lo que quiero, Elena," dijo él, extendiendo su mano hacia ella, una mano llena de promesas y sueños por cumplir. "Un paso a la vez."
Elena aceptó su mano, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo hermoso podría nacer de toda la incertidumbre. No sabían qué les depararía el futuro, pero sabían que, al menos por ahora, sus corazones se habían encontrado.