Domingo XX de octubre del XXXX.
Yo, Meredith, me tomo ahora el atrevimiento de actualizar la historia que mi padre no ha podido terminar, y quizá nadie podrá.
Su vida, ha llegado a su fin, pese a que ciertamente hay detalles que no eran de mi conocimiento hasta ahora, aclararé cuanto pueda.
Conforme crecimos, mi hermano y yo resentimos las circunstancias de nuestro nacimiento, aumentando con la abolición de la esclavitud. En nuestra cabeza no tenía sentido, con los años llegamos a comprender la particularidad de nuestra situación, por lo que nos resignamos ante nuestro destino. Mi padre rompió la tradición de tener solo un heredero, más no dejó claro algo, un segundo hijo era permitido si el primogénito era niña.
Además, la edad para desposarse sin excepción, era máximo a los 18. Otra tradición que rompió, fue permitirnos tener herederos antes y poco después de los 30 años, ya que el tiempo es clave al servir a tan particulares amos. También, mi padre me permitió casarme con un hombre de clase media alta, con el cual me consintió irme, siempre y cuando prometiera volver ante el llamado de nuestro joven amo.
Hoy tengo 63 años, soy 5 años menor que mi querido hermano, cuya historia detallaré un poco a continuación. Ahora puedo entender la devoción de mi padre, más también el comportamiento de nuestro amo, por lo que dejaré escrito lo que mi padre no vio. Mi hermano rogó por el cariño del joven amo, más este le rechazó hasta que sus padres le prohibieron inmiscuirse con mi hermano, con el señalamiento de el daño que le podría hacer a mi padre.
Mi querido padre dice no haber visto más que una actitud juguetona de parte del joven amo, sin embargo, ahora sé con certeza fue todo orquestado por nuestro amo. Con sus agudos sentidos, actuó de esa manera con mi hermano, ilusionándolo cuando sabía que mi padre les vería. No obstante, no le importaba tratarle fríamente cuando cualquier otra persona estaba al rededor, pese a que le pudiéramos ver.
Fue esta la razón de mi enojo, ya que con sus extensas conversaciones con mi padre, cuales viejos amigos. No pude creer que continuara con tal actitud hacia mi hermano, y la terquedad de mi hermano fue la gota que derramó el vaso, lo que me hace comprender cómo todo se extendió por tantos años. Mi padre nunca tuvo opinión de nada, siempre alejada, cómo si solo observara todo lo que le rodeara.
Por años me pareció curioso, mi padre y el joven amo tenían una particular forma de interactuar, llena de complicidad. Mi padre estaba siempre al servicio del joven amo, por lo que se mantenía a su lado, más sumergidos en largas charlas que podían ser causa de desvelo para ambos. Cómo si nunca tuvieran suficiente tiempo para finalizar sus conversaciones, o la oportunidad de continuar al día siguiente con el tema, con suaves risitas e incluso visibles secretos celosamente guardados.
De ser sincera, fue este el motivo por el que leí el escrito, más es la ausencia de mi padre por la que hoy escribo.
Siempre ha sido así, cuales viejos amigos.. O así fue, al menos. Mi padre y el joven amo tenían una costumbre, que nosotros nunca hemos sido capaces de disfrutar, y es que cuando el joven amo quiere hacer algo por su cuenta, mi padre se lo permitía.
Lo que es más, mi padre, según mi madre nos contaba, incluso le enseñó a hacer muchas cosas al joven amo. En añadidura, el amo escuchó atentamente muchas de sus explicaciones, aún si ya tenía conocimiento de esto. Era curioso observar cómo mi padre podía contarle algo gracioso al amo al oído mientras abotonaba su camisa, o le hacía reír con tan solo una nueva mientras le ponía sus medias, la voz del amo sonaba incluso más melodiosa al solicitarle algo a mi padre.
Si lo pienso ahora, quizá el propósito de tardar tanto abotonando la camisa del amo, era su forma de darle de forma discreta un abrazo. Tanto mi padre cómo el amo, siempre insistieron en esta pequeña rutina, el humor del amo nunca era bueno de no ser así. Conforme la edad de mi padre fue avanzando, su asistencia al amo fue disminuyendo, hasta que mi hermano le relevó.
Y pese a las esperanzas de mi hermano, nunca se le permitió tal cercanía, de hecho el amo insistió en que mi padre le hiciera compañía. Aún con las objeciones de mi padre, el joven amo le asistió incluso, por lo que al intentar apoyarlo pude presenciar los acontecimientos de primera mano.
Las conversaciones de ambos no perdieron su calidez, parece que nunca dejaron de ser interesantes para el otro, incluso cuando mi padre enfermó. Mi padre comenzó a tener pérdidas de memoria, rememorando años de su juventud, al punto de buscar al joven amo en la edad más tierna que le conoció. Siempre recordaré las expresiones del joven amo, en cada ocasión que escuchaba hablar a mi padre del amo al que servía y lo bueno que era con él.
Cosas a las que quizás el joven amo no le parecieron grandes gestos, pero a mi viejo padre de 8 años, incluso el más mínimo caramelo le resultó un tesoro que presumir. Luego vinieron los desesperantes momentos en que, a pesar de que no se podía mover de forma adecuada, mi padre desaparecía en busca del joven amo o los obsequios que este le hizo alguna vez. Nuestro amo intentaba darle un obsequio nuevo, pero mi padre en su locura, no lo aceptaba al desear el original. Sin reconocer al actual joven amo.
Así pasaron los últimos años de mi padre, al cuidado del joven amo al que alguna vez sirvió, quien lloró más que cualquiera con su partida. Se recostó con aquel que le sirvió durante sus últimos minutos de vida, ahora con la apariencia de un joven de 20, por lo que creímos que mi padre no le reconocería. Más contra todo pronóstico, con una caricia en la mejilla del joven amo, le llamó por su nombre con una dulce sonrisa.
Nuestro amo le dijo que nunca lo olvidaría, mientras algunas lágrimas se formaban en sus ojos, a lo que mi padre respondió con lo que ya todos sabíamos. ‘Te amo’ fueron sus últimas palabras, murió pocos minutos después, cerrando sus ojos después de observar a quien más amo durante toda su vida.