Cartas de un mentiroso enamorado

Parte ocho

El amor, el amor, el amor. Ese es nuestro pretexto. Entre más veces utilice estas palabras contigo, significa que no vale tanto para mí. Puedo decir te amo cuantas veces quiera, pero es más que claro que no lo siento. Cuando me detengo un poco para decirte te amo, o cuando lo hago en un momento especial, sin estar bajo los efectos del alcohol o las drogas, entonces créeme que lo digo de verdad. Pero si lo digo frecuentemente sin reparar que lo hago como una mera repetición, significa que el valor de esa palabra se ha perdido. Si yo soy inteligente y realmente te amo, te lo voy a decir en un momento que yo sepa que esa expresión tan bella debe decirse. Si lo hago como una costumbre, su verdadera importancia para mí no existe.

Te hablaré de amor cuantas veces sea necesario, eso tenlo por seguro. Que si cómo es el chico ideal para ti, te preguntaré. Y cuando me los estés describiendo, me sentiré descrito, aunque no cumpla con los requisitos. Yo te describiré a la chica ideal, pero en realidad te estaré describiendo a ti. Diré el color de piel que tú tienes, aunque ella sea el opuesto, hablaré de tu personalidad aunque mi ideal sea otra muy distinta. Todo para que pienses que eres tú y te enamores de mí. Si te digo, las conozco de palmo a palmo y aunque he herido a más de una, ya no siento tanta piedad después de haber lastimado a la primera. Mis satisfacción está en conquistarte, la tuya en tenerme porque soy tan codiciado, que será para ti un triunfo sin igual presumirme ante tus amigas, jactándote de haberme atrapado, cuando en realidad soy yo quien está cada vez más cerca de lograr mi propósito.

Pero antes de revelarte qué quiero de ti, echémosle una ojeada a esta partecita de la carta:

Tenerte cerca me convierte en sirviente de tu persona y estoy dispuesto a hacer lo que tú me pidas. Soy tu esclavo, tu prisionero, lo que tú me mandes, eso haré. Desde que te vi me cautivaste y mi corazón solo late por ti. Eres mi diosa, mi reina, mi lucero. Tú me diriges, y puedes hacer conmigo cuanto quieras, porque ya no me pertenezco, ya tengo quien me mande, y esa eres tú.

¿Te imaginas que sea verdad todo esto que te digo? Ponte a pensar en semejante barbaridad. Yo, el cazador, dejándose gobernar por la presa. Me refiero a que un experto depredador sucumbiendo a las órdenes de la víctima. Eso nunca va a pasar.

Si bien es algo muy usual que yo te diga esto, es porque se ha usado por años. Mis colegas, cazadores profesionales como yo, saben que esta estrategia para hacer caer a una chica es infalible, es decir, nunca ha fallado. Desde que la hemos usado, ellas se creen con el poder en la mano, piensan que controlan la situación, sin percatarse nunca del matadero al que son dirigidas. Se sienten seguras creyendo que manejan la situación, en su mente reina la idea de que todo está bajo su mando. Se creen capitanas, generales que a su voz de mando los soldados ejecutan la orden. Pero, ¡oh sorpresa niña!, grande sorpresa.

Cuando yo te digo esto, quiero que pienses que tú mandas, pero en realidad estoy logrando que tú caigas en mi chapucera red, porque al hacerme “esclavo” tuyo, estoy logrando tener un mayor acercamiento, y también logro que deposites toda tu confianza en mí. Tú al ver que soy un mansito cordero, jamás esperarás la puñalada traicionera que muy pronto te daré por la espalda. Si tú pensabas que eras la dueña, descubrirás que el esclavo tiene un daga que no dudará en hundirte porque llegará el momento en que habrá que despojarse del disfraz, para mostrarle a la oveja que el lobo, por más que finja ser un mansito cordero, jamás podrá abandonar su verdadera naturaleza.

Y esa es la triste verdad. Yo soy el lobo que persigue ovejas para cazarlas. Ella lee esta carta y comprende la primera que le escribí. De ti depende si deseas escapar o ser víctima sumada a muchas más que te anteceden.




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