Hoy te casaste, y me dolió.
Me dolió ver cómo el hombre al que amo colocaba un anillo en el dedo de una mujer con la que ni siquiera puedo soñar ser. Te veías tan feliz… justo como siempre soñé hacerte sentir yo. Vi en tu rostro la sonrisa más grande, y mientras me alegré por ti, me entristecí por mi corazón: ese que, sin darme cuenta, puse en tus manos, sabiendo que jamás serías mío. Que con un solo movimiento podrías destrozarlo. Y aun así, te lo entregué.
Pero no puedo culparte… nunca supiste que había puesto mi felicidad entera en tus manos.
Aunque tampoco es como si hubiese tenido una oportunidad real de confesarme. Siempre supe que jamás sería tu pareja. Tú mismo me lo dejaste claro sin saberlo, cada vez que hablabas de ella… desde el primer instante, dijiste que te robó el corazón.
Escribo esto para liberarme, para soltar el peso que llevo cargando desde hace tantos años.
Te amé.
Te amo.
Y te amaré.
Eso jamás estará en duda.
Con esta carta me despido de ti, y dejo mi último pensamiento antes de decir adiós para siempre:
me alejo porque sé que, si me quedo, moriré de amor.
Te deseo lo mejor. Siempre.
#1978 en Otros
#476 en Relatos cortos
#5207 en Novela romántica
#1484 en Chick lit
Editado: 30.04.2025