Cartas de una amante con el corazón roto

Ilusiones

Carta IIl

Eran las siete de la mañana, y al salir de casa, me recibiste como cada día.

Pusiste tu brazo sobre mi hombro, y sentí miedo… miedo de que notaras cómo mi corazón se desbocaba solo por el aroma de tu colonia. Caminamos rumbo a la preparatoria hablando de todo y nada. Tú hablabas, y yo… yo solo amaba escucharte.

Nos sentamos en nuestros pupitres, pero como siempre, deslizaste tu mesa hasta la mía. La maestra ya ni se molestaba en llamarte la atención por romper el orden. Te habías ganado ese permiso sin darte cuenta.

Durante toda la clase, no pude apartar mis ojos de los tuyos: ese azul intenso, enmarcado por pestañas negras y espesas, como un mar oscuro que me tragaba poco a poco.

Al final del día, me acompañaste a casa. Y antes de irte, me besaste la mejilla.

Un gesto simple.

Un suspiro inocente para ti.

Pero para mí… fue otra grieta en el corazón.

Una ilusión más que crecía, alimentando la esperanza silenciosa de lo que nunca fue… y lo que, en lo más profundo, yo sabía que jamás sería.




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