Cartas en el exilio

9 de abril de 2007

     Hoy a diferencia de otros días, sentía que iba a haber algo diferente, y fue así. Tu entraste por aquella puerta de vidrio, y fui capaz de percibir a simple vista lo mucho que habías cambiado; tu pelo lacio y oscuro era un poco más largo, caía como dominó de una forma elegante hacia tus hombros. Ahora portabas una barba que te quedaba bien, perfilaba a la perfección las facciones de tu cabeza ovalada, definiendo más tu mandíbula, ensombreciendo tus labios semi gruesos tus ojos lucían igual, oscuros y profundos, solo que esta vez estaban rodeados por unas ojeras que tal vez, son a causa de tus largas horas de trabajo, arriba de tu ceja corría una cicatriz que nunca te había visto y que me generaba mucha curiosidad el cómo había sido provocada, tus brazos lucían más fuertes, y tu pose era más segura de lo que había sido alguna vez mientras estabas a mi lado. Pero, a pesar de todos esos cambios, yo seguía viéndote tal y como eras, veía la realidad que nadie más podía ver.

     Por un momento tuve la esperanza de que me vieras, que por fin tuvieras la más ligera muestra de valentía para romper la maldición a la que una vez, sin piedad y misericordia tú me sometiste, pero pasaste de largo, y la realidad  golpeó mi corazón, ya habíamos pasado a ser unos completos extraños. Después de tantas despedidas que solo nos hicieron daño, ya no quedaba nada. Te sentaste en la mesa frente a mí, sin siquiera percatarte de quien era. Tuve el impulso de llamarte, decir tu nombre una vez más, que mis cuerdas vocales produjeran algún sonido después de años en silencio, pero decidí quedarme de nuevo ahí, iluminada solo por la luz tenue que entraba por la ventana de aquel rincón que una vez fue característico de nuestra relación. Sabía que estabas ahí por mí, que yo era la razón de tu pequeña visita a ese restaurante, pero, sin embargo, no estabas conmigo. Ya era un fantasma para ti.

     ¿Cómo es que dejaste morir algo que decías que amabas tanto? Ahora que lo pienso, tus palabras y acciones siempre fueron pérfidas. Tomaste todo lo que había en mi, y como el buen timador que eres, te llevaste todo lo que tenía valor, haciéndome sentir que había quedado tan insignificante y valiendo tan poco, ¿qué era de mi en ese entonces? ¿por qué quitarme todo mi brillo? ¿cómo fue que nunca vi tus dobles intenciones cada vez que te vulnerabas al estar junto a mi en la cama? ¿por alguna vez en tu vida fuiste sincero? ¿qué significaban todos esos "te amo"? apuesto a que estaban disfrazados de lo que en verdad querías decir, un profundo y doloroso "te odio".

     Fantasmas de nuestro pasado nos acechan ahora, sus voces retumban en nuestras cabezas reclamandonos todo el mal que nos hicimos, ¿qué pasó con nuestras fotos? ¿las quemaste para poder olvidarme? ninguna de tus promesas fueron verdaderas, me timaste y ahora vivo con los estragos de tu abandono.



#3390 en Otros
#911 en Relatos cortos
#7171 en Novela romántica

En el texto hay: desamor, duelo, ruptura amorosa

Editado: 03.07.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.