El día de hoy es uno de esos en que la gente está tan molesta, que parece que te absorben la energía solo por existir.
Tratar de calmarlos es como echarme yo sola a una cueva de hienas hambrientas, con nada más que un pedazo de carne en la mano.
Mi mente me lleva de vuelta a momentos de mi juventud, donde todo lo que hacía estaba mal. Recuerdo los comentarios crueles de mi madre, diciéndome que no valía nada, que solo sabía estorbar.
Esos recuerdos los transformé en una lucha interna que cargo todos los días. Trato de guardarlos bien, de no dejarlos salir, porque si lo hicieran, me sería imposible siquiera levantarme de la cama.
Mi enfermedad tiene esa manera suya de recordarme:
“Aunque estés muriendo, no olvidarás que tu vida fue una miseria”.
Mis hermanos también vivieron con esa madre. Ellos creen que fue duro, pero no cargan con los pensamientos constantes de inutilidad que ella sembró en mí.
Aunque también les habló mal, no entienden lo que es querer aislarse del mundo, esconderse en la música, en los libros, en las letras.
En días como hoy, tengo que dar todo de mí para no colapsar. Porque cuando ella despierta enojada con todos y con todo, yo siento que mi mundo se desmorona.
Antes de que me diagnosticaran, me encerraba en mi cuarto, intentando ignorar sus gritos y los pensamientos oscuros que mi mente me lanzaba como si se aliara con ella contra mí.
-J