Cartas Para Mi Ex.

Así fue como empezó.

Todo comenzó en un lluvioso día de invierno, yo iba caminando distraídamente con mi paraguas en la mano, reteniendo las gotas de lluvia que comenzaban a caer. Estabas de pie en la esquina de la biblioteca que siempre frecuentaba; alto, delgado pero firme, tu pelo húmedo por partes de color miel y tus ojos negros como la noche, llevabas las manos metidas en los bolsillos delanteros de los vaqueros negros que tanto me gustaban. Vagamente mirabas la carretera, por dónde iban y venían los distintos vehículos, movias tu pie derecho de arriba hacia abajo con ansiedad, parecias estar esperando ese momento desde hace mucho tiempo... Parecias a punto de cumplir una especie de liberación y al fin encontrar la tranquilidad que tanto esperabas. Cuando estabas a punto de lanzarte te detuve.

Hasta entonces, no sabía que ese acto había sido mi primer y gran error en la vida; el segundo fue enamorarme de tí y creer tus mentiras.

Nuevamente estoy escribiendo cartas a mi ex, cartas que nunca llegarán a su poder... Cartas de las que no estoy segura de si las enviaré o no.

Hoy el día amaneció lluvioso, cómo aquél día en que lo conocí, el día en que conocí mi desgracia hecha persona, pero esta vez yo estoy en mi cama, con mi pijama color menta de algodón, un mug de flores lleno de café súper caliente, con azúcar, mi libreta y mi lapicero, y ¿Él? El en éste momento está muerto.

Para mí.

Si no tuvo culpa, no tuvo errores ¿No?.

Eso es lo que pensaría un patán.

Es algo que pensaría el tipo de persona a la que alguna vez intentamos reparar, pero resultaron tan dañados, al punto de dañar piezas importantes en tí, cómo tú dignidad.

Envolviendote vilmente en una nube de toxicidad a un nivel inimaginable, un nivel imposible por muchos, pero tan sencillo de alcanzar por otros, que ya son expertos en hacerlo.

Así eras tú, un alma vacía, un chico totalmente roto, una profundidad de errores y un pasado totalmente oculto, el cual cada vez querías esconder más, más y más, hasta el punto de mirarme feo para que me callara la jodida boca y no sacara el tema, hasta el punto en dónde me querías estrujar hasta tener tu placer, hasta el punto donde terminaba derramando lágrimas y eso iniciaba tu felicidad.

Tal vez te parezca bárbaro leer esto, pero existen personas así.

Créeme.

Ojalá esto fuera producto de mi imaginación, una fantasía dónde querría crear un personaje roto, lleno de miseria, dónde llega una damicela e incansablemente batalla contra todo y todos, hasta lograr llenarlo de nuevo, repararlo completamente, y en dónde ambos son felices al final.

Pero ésto no es una historia.

Son mis cartas, escritas a puño y letra dónde no reparo a nadie y termino rota también, tal vez más.

Dónde mi dignidad quedó pisoteada, mi amor propio se convirtió en odio propio y mis seguridades en inseguridades, como si fuera poco, ahora no creo en nadie, porque tengo la certeza de que no debo confiar nunca en nadie más, no importa quien sea, ahora soy un cascarón que mantiene alzado su propio mecanismo de defensa, porque darme cuenta de que no pude repararlo a él, me hizo caer en la dura realidad; nadie puede hacer milagros, nadie puede ni debe esforzarse demasiado tratando arduamente de ayudar a los demás y mucho menos si no lo quieren.

¿Recuerdas el día dónde me dijiste que querías agradecerme por todo lo que había hecho por tí?
Ese día fue uno de los peores que pasé junto a tí, me llevabas agarrada de la mano, como una niña pequeña, pero no me tocabas, me besabas pero se te sentía forzado, me mirabas más no me observas, me ilusionaste muchas veces, más de las que soy capaz de contar con los dedos de mis manos, pero de igual manera siempre caí por tí, porque te volviste una debilidad. Mí debilidad.

Y esa debilidad me destrozó más de lo que esperaba.

En mi habitación con las luces tenues, cortinas y paredes en tonos pastel, una lámpara de noche, un escritorio y un estante al lado de mi cama, lleno de libros, se reflejan los relámpagos y truenos, las gotas de agua lluvia suenan crispantes sobre el cristal de mi ventana, el cielo empieza a oscurecese poco a poco, llevo la taza humeante a mis labios y tomo un sorbo de café.

El ambiente se vuelve frío a causa del clima, mis manos estrujan la taza de café caliente para entrar en calor y mis ojos se cierran, me proyecto en el pasado y en el qué sería de mi vida si nunca hubieses llegado a ella...

Una vida en dónde hubiese sido tan, pero tan afortunada en no conocerte. En no fijarme en tí o en tus ojos, o en las facciones duras y bien marcadas de tu rostro, en la oscuridad profunda  que tus ojos poseían.




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