16 de octubre, de 2019
El cumpleaños de Theo, fue el 11 de este mes y con Liam decidimos darle un día que no olvidaría jamás; conseguimos pelucas y tres vestidos de la época de 1800.
Un vestido rosa, un morado lila y un azul cielo, cada uno con una sombrilla del mismo color del vestido, aguantes y zapatos. Tome el vestido morado, y deje que los chicos escogieran entre el rosa y el azul.
Morí de risa al entrar a la habitación y verlos vestidos así, los colores les favorecían a ambos, ya que son de tez blanca como mamá.
— ¿Me puedes explicar por qué, nos vestimos así? —Pregunto Theo a Liam, mientras que nuestro hermano mayor, ajustaba su peluca.
—Les mostraremos que los Príncipes, podemos divertirnos y que respetamos la historia. —Dijo en un chillante tono de voz, que sólo me hizo reír más.
— ¿Qué acaso no la respetamos? —Theo coloco sus manos en la cintura y yo te juro que agonizaba de risa —creo que me veo, terriblemente sexy.
—Pensaran que nos hemos vuelto locos —dije siguiendo a Liam.
—Y hace mucho, que lo estamos —respondió él.
Antes de salir del palacio, Becca sufrió un ataque de risa al vernos, y era comprensible, habíamos perdido la cabeza.
Recorrimos las calles de Londres, luciendo nuestros vestidos, las personas nos hacían reverencias algunas con diversión, y más de unas nos pedían fotos. Las adolescentes suspiraban al ver a Theo con un abanico y parpadeando exageradamente, y las mayores por Liam, quien movía la sombrilla de un lado a otro, sonriendo.
Entramos al centro comercial y las personas ahí, seguían nuestros pasos.
No dejábamos de reír y jugar entre nosotros, la hora de comer llegó y entramos a uno de los locales del lugar, donde más reverencias, risas, bromas, y más fotos acompañaron nuestra comida.
Salimos a las calles de nuevo, esta ves sin las pelucas y los paparazis nos sacaban fotos, no dudábamos en modelar, haciendo reír a las personas.
Corrimos por el Hyde Park, bailamos y nos dimos un chapuzón en los jardines de Kensington. Y dábamos un show digno de recordar, que nos hacía reír como hace mucho tiempo, no lo hacíamos.
Y lo mejor es que Theo disfrutaba, sus ojos color miel, destellaban divertidos y su cabello negro bailaba con el viento, mientras su jovial rostro de un chico de dieciséis años, demostraba la felicidad de ese momento.
Arribamos al palacio a las siete de la noche, y en el gran comedor estaba nuestra familia, con un banquete exquisito y un enorme pastel para acompañar.
Todos se reían de nuestros atuendos, pero más de mis hermanos.
Y para finalizar el día, la última sorpresa llegó a las diez de la noche.
Henry había regresado.