A donde voy, ya no podrás ir conmigo.
No porque no quiera.
Sino porque tu amor se ha vuelto un mapa que ya no conozco.
Digo que agradezco lo que fuimos.
Lo repito como un mantra, como si la repetición me diera algun alivio.
Pero la gratitud es un disfraz a la medida de una culpa:
¿cómo agradecer por algo que aún me duele?
Si digo que mi corazón encuentra paz rápida.
Miento.
Lo que siento es el alivio frío de quien ya no espera nada.
Y eso no es paz. Es rendición con buena ortografía.
Hablo de un “nuevo sentido”, de “metas por alcanzar”.
Son frases que copié de un libro de autoayuda que ayer tiré a la basura.
Las uso porque el silencio duele más que la falsedad.
Me digo que el pasado se desvanece.
Pero cada mañana, al abrir los ojos,
tu ausencia está más presente que mi propio aliento.
Y esa “certeza” de que puedo seguir…
es solo el eco de una voz que ya no me cree.
Agradezco lo que vivimos.
Pero la gratitud no cura.
Solo enmascara la herida para que los demás no huyan.
Y si un día el destino nos junta…
no me reconozcas.
Porque el que vivió contigo
ya no vive en este cuerpo.