1.- Caída y Miseria.
¿A quién nunca se le han agrietado los labios
de tanto besar el aire donde ya no estás?
¿Quién no se ha enamorado de un amor fingido
como borracho perdido en callejones sin salida,
como borracho que abraza sombras creyendo que son cuerpos?
¿Quién no se ha perdido, perdido como perro callejero
que busca el olor de un hogar que ya no existe,
en el lío sucio de una hermosa mentira,
en tu hermosa mentira de quedarte,
y ha tenido que buscar consuelo en un "trago amargo",
en ese licor que quema pero no calienta,
que embriaga pero no consuela?
¿Quién no ha buscado consuelo en un placebo,
en la pastilla de azúcar de tus promesas vacías,
y todo se ha desmoronado como castillo de naipes,
como torre de humo que construí con tus palabras?
¿A quién no le ha pasado que cada gesto de amor en una herida,
cada recuerdo en una cárcel, y lo efímero no en consuelo,
sino en condena repetitiva?
2.- Lección.
¿Quién nunca jugó con burbujas de jabón, con burbujas que son y no son, desde las pequeñas cual gotas de rocío matinal hasta las grandes como esferas de cristal translúcido, o desde las más redondas y perfectas, perfectas en su geometría efímera, hasta las más irregulares y caprichosas, caprichosas cual nubes en miniatura que el viento modela y deshace?
Viendo cómo flota en el aire, delicada y brillante, brillante con la luz que atraviesa su piel de ilusión, y aún conociendo, plenamente conociendo su destino final, ese final que llega inevitable como el crepúsculo, en ese breve instante, en ese parpadeo de existencia, somos testigos silenciosos, testigos maravillados de sus colores cambiantes de brillo lunar, de brillo que danza y se transforma, cuando la luz se atraviesa y nos maravillan, nos maravillan profundamente sus arriesgados giros de fragilidad consciente, de fragilidad que es también valentía.
Las burbujas de jabón son como diamantes líquidos, o como estrellas fugaces con su propia luz prestada, pueden ser peces que nadan en corrientes de aire, flores abstractas que no conocen raíces, o medusas etéreas de viento y sueño que nacen, crecen y mueren en un suspiro. Cada vez que una burbuja se forma, hay universos que nacen, y cada vez que se revienta, hay mundos que mueren, pero aún así, conscientes de la fragilidad, nos permitimos disfrutar del presente inmediato, dejándonos llevar por su juego ancestral, con sonrisas en el rostro y asombro en la mirada.
Y cuando finalmente se estrella y desaparece, desaparece sin ruido, sin lamento, nos queda el recuerdo luminoso de la experiencia vivida, la certeza serena de encontrar belleza incluso en lo transitorio, precisamente en lo transitorio.
Quien nunca jugó con una burbuja de jabón sabiendo, desde el principio sabiendo que se iba a reventar, que su muerte estaba escrita, quizás se perdió la oportunidad dorada de disfrutar de la magia profunda de aprender a vivir el presente con alegría, esa alegría que no ignora el final sino que lo abraza, y de valorar cada momento, cada instante único, incluso aquellos destinados, inevitablemente destinados a desvanecerse como humo entre los dedos.
Cómo algo tan frágil y pasajero, tan delicado en su arquitectura de agua y aire, puede ser tan fascinante, tan hipnóticamente hermoso. Esa pequeña bola de aire y jabón que flota en el éter, que nos invita, nos seduce a seguir su movimiento con la mirada, con la mirada que se vuelve niña otra vez. Quizás sea porque la burbuja de jabón es un símbolo perfecto de la vida, un espejo iridiscente que nos devuelve nuestra propia fragilidad, que nos recuerda, gentilmente nos susurra que todo lo que tenemos, todo lo amado, tiene que pasar, tiene que partir como viajero sin regreso, y que debemos apreciar, en cada latido apreciar lo que significa estar vivos, verdaderamente vivos.
O tal vez sea porque jugar con una burbuja de jabón, con su ligereza que desafía la gravedad del mundo, nos invita a ser niños otra vez, otra vez inocentes, a dejar de lado, aunque sea por un momento, nuestras preocupaciones y responsabilidades adultas, y simplemente disfrutar, plenamente disfrutar del momento presente que se escurre como agua.
Y aún así, sabiendo todo esto, la disfrutamos mientras vuela, mientras traza su parábola contra el cielo, y al reventarse, en vez de sufrir por su pérdida, en vez de llorar su ausencia, buscamos otra burbuja que nos haga feliz, encontramos consuelo luminoso en la idea de que siempre habrá más burbujas por soplar, más momentos de felicidad efímera que podemos capturar, que podemos vivir hasta el último segundo.
Esa capacidad humana de encontrar la alegría en las pequeñas cosas, en lo minúsculo y cotidiano que otros ignoran, es algo que nos hace profundamente humanos, humanos en nuestra vulnerabilidad y esperanza. A menudo nos preocupamos tanto, tan obsesivamente por lo que está por venir, por el mañana incierto, que olvidamos, fácilmente olvidamos disfrutar del presente que se ofrece como regalo. Pero cuando jugamos con una burbuja de jabón, cuando entramos en ese ritual simple y sagrado, somos capaces de detenernos, de pausar el tiempo, y disfrutar del momento sin juicios, sin importar cuánto tiempo dure, sin exigirle eternidad a lo que es efímero por naturaleza.
Esta actitud optimista, esta filosofía del instante, nos enseña a apreciar lo que tenemos ahora, no mañana ni ayer, sino ahora en este preciso segundo, y a buscar la felicidad en las pequeñas cosas, en esos detalles que construyen una vida. Nos recuerda, una y otra vez nos recuerda que el gozo no está en la duración de la burbuja, en cuánto tiempo permanece intacta, sino en el acto mismo de jugar, en el ritual del soplo que crea vida, y en la alegría pura que nos brinda su existencia, por breve que sea, precisamente por ser breve.
2.1: "¿Quién nunca buscó consuelo en lo que no existe?"