Cartas, poemas y reflexiones para diluir un duelo de amor.

El hombre que más te ha amado

Espero que de todos los hombres que te hayan amado, yo sea el que te hizo reír tanto que intentaste pagar el café con una hoja de árbol. ¿Te acuerdas? Fue uno de esos momentos absurdos y perfectos que solo nacen cuando dos personas se olvidan del resto del mundo. Tu risa era tan genuina, tan desbordada, que todo a tu alrededor perdió importancia. Incluso la lógica más básica se evaporó entre carcajadas.

Era un hermoso lugar que solíamos visitar para estar juntos debajo de la sombra de los árboles. Un rincón escondido entre el bullicio de la ciudad, donde el tiempo parecía detenerse solo para nosotros. Las hojas susurraban historias antiguas mientras la luz del sol se filtraba entre las ramas, dibujando patrones dorados sobre tu rostro. Ahí, sentados en aquella mesa desgastada por las estaciones, construimos nuestro pequeño universo.

Yo te hacía reír tanto que por instantes olvidabas los problemas del mundo. Tus ojos brillaban con una luz distinta, más limpia, más viva. En esos momentos eras completamente libre, como si mi única misión en la vida fuera arrancar esa sonrisa que transformaba todo tu ser. Me convertí en experto en el arte de robarte suspiros entre risas, en el delicado equilibrio entre la tontería y la ternura.

Y luego recordabas que los problemas seguían ahí, esperando pacientes como sombras al otro lado de nuestra burbuja. La realidad siempre regresaba con su peso inevitable. Pero al menos habías reído. Al menos por unos minutos habías respirado sin ese nudo en el pecho, habías existido sin cargas, habías sido simplemente tú en tu estado más puro.

Eso es lo que quiero que recuerdes de mí: no que fui perfecto, porque no lo fui. No que lo resolví todo, porque eso habría sido imposible. Quiero que recuerdes que en medio del caos, de las tormentas, de los días grises que amenazaban con ahogarte, yo estaba ahí con un chiste tonto, una ocurrencia ridícula, un gesto absurdo, tratando de recordarte que todavía había luz.

Que todavía podías sonreír.

Que a pesar de todo, la vida aún podía ser hermosa en los pequeños detalles: en una tarde bajo los árboles, en un café compartido, en el sonido de tu risa llenando el espacio entre nosotros. Esos momentos, por fugaces que fueran, fueron reales. Fueron nuestros.

Y si algún día alguien te pregunta por el hombre que más te amó, espero que no pienses solo en grandes gestos o promesas eternas. Espero que pienses en ese idiota que te quiso tanto que su mayor victoria era verte olvidar, aunque fuera por un instante, que el mundo podía ser duro.

Ese hombre fui yo.

Y te amé con cada risa que pude regalarte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.