IGNÓRAME CUANDO QUIERAS.
Sí, lo repito dos veces
porque quiero que quede absolutamente claro:
no estoy siendo irónico,
no es una trampa emocional,
no es un juego de manipulación
donde espero que hagas exactamente lo contrario.
Te doy permiso de ignorarme,
y lo hago sin resentimiento,
sin la amargura del orgullo herido,
sin contabilizar mentalmente cada mensaje sin respuesta
como si fueran deudas que algún día cobrar.
Pues renuncio a la expectativa de tu atención o respuesta
como una declaración de libertad y respeto.
Libertad tuya, para vivir sin la carga
de tener que responderme siempre,
de estar disponible cuando yo lo necesite,
de sacrificar tu tiempo y energía
solo porque yo busqué tu atención.
Y libertad mía, también,
de no vivir en la ansiedad perpetua
de revisar si viste mi mensaje,
de interpretar cada "en línea" como una ofensa personal,
de construir castillos de suposiciones
sobre lo que significa tu silencio.
Respeto hacia ti,
porque reconozco que tu mundo no gira alrededor del mío,
que tienes batallas que librar,
cansancios que honrar,
momentos en los que simplemente
no tienes nada que dar
y eso está perfectamente bien.
Te libero para que me ignores,
no como un acto de resignación
ni como una bandera blanca de derrota,
sino como un gesto de madurez emocional.
Te libero porque el amor —en cualquiera de sus formas—
nunca debería sentirse como una cadena,
nunca debería exigir una respuesta inmediata
como condición para su validez.
Porque mi paz no depende de tus notificaciones.
He cultivado un jardín interior
que florece independientemente
de cuántas veces vibre mi teléfono.
Mi valor no aumenta ni disminuye
con la rapidez de tus respuestas.
Soy completo incluso en tu silencio.
Pues no necesito de una validación constante.
Ya pasé esa etapa de la vida
en la que mi autoestima era tan frágil
que necesitaba confirmación externa cada pocas horas.
He aprendido que la seguridad real
viene de adentro,
que ninguna cantidad de "te vi",
de corazones en historias,
de respuestas rápidas,
puede llenar un vacío
que solo yo puedo llenar.
Y, además, entiendo
que los demás tienen sus propios tiempos y prioridades.
Que tu vida es un ecosistema complejo
donde yo soy apenas una parte,
no el centro gravitacional.
Que tienes trabajo, familia, cansancio,
días en los que ni siquiera quieres hablar contigo misma,
mucho menos con alguien más.
Y está bien.
Está perfectamente bien.
No me tomo tu silencio como un rechazo personal.
Porque he aprendido que casi nunca se trata de mí.
Tu silencio habla de ti,
de tu momento, de tu estado,
de tus propias complejidades internas.
No es un veredicto sobre mi valor
ni una sentencia sobre nuestra conexión.
A veces el silencio es simple cansancio.
A veces es necesidad de soledad.
A veces es no saber qué decir.
A veces es estar atravesando algo
que no tiene palabras todavía.
Y ninguna de esas razones
tiene que ver conmigo.
Te doy permiso de ignorarme
como un indicador de que la conversación ha terminado.
Porque las conversaciones tienen vida propia:
nacen, crecen, llegan a su punto natural de conclusión,
y forzarlas más allá de ese punto
es como intentar revivir flores marchitas
con palabras artificiales.
Pues, en ese caso, sé que de todas formas lo harás.
Si la conversación murió,
ningún mensaje adicional la resucitará.
Prefiero reconocer el final con dignidad
que extender agonías incómodas
donde ambos fingimos que todavía hay algo que decir
cuando en realidad ya todo está dicho.
Ignórame si quieres,
pero no te sorprendas si mi calor te sigue gustando.
Porque esto no es indiferencia disfrazada de madurez.
No es que me hayas dejado de importar
ni que haya levantado muros para protegerme.
Simplemente he encontrado el equilibrio
entre querer tu presencia
y no necesitarla para sobrevivir.
Mi calor sigue aquí,
ese fuego que reconociste en mí
cuando decidiste acercarte.
No se apaga por tu silencio
ni se enfría por tu ausencia temporal.
Arde con la misma intensidad,
pero ahora desde un lugar de plenitud,
no de carencia.
Así que si regresas
—y es completamente tu elección hacerlo o no—
encontrarás el mismo calor que dejaste,
quizás incluso más vibrante
porque ha sido alimentado
no por la dependencia de tu atención,
sino por el amor propio que cultivé
mientras esperaba sin esperar,
mientras vivía sin pausar mi vida.
Ignórame cuando quieras.
Yo seguiré siendo yo,
completo, cálido, presente en mi propia vida.
Y si algún día decides dejar de ignorarme,
me encontrarás aquí,
no resentido ni lastimado,
sino simplemente siendo:
siendo yo mismo,
siendo suficiente,
siendo libre.
Y esa, paradójicamente,
es la forma más honesta
de seguir importándome.