No sé en qué momento dejaste de hablar.
Solo sé que un día me di cuenta
de que estaba teniendo conversaciones contigo…
sola.
Tu silencio era tan fuerte
que me rompía los tímpanos del alma.
Y entonces empecé a dudar de mí:
¿Dije algo mal?
¿Estaré siendo intensa?
¿Estaré pidiendo demasiado?
Pero lo único que pedía
era tu voz.
Solo quería saber que seguías ahí,
que no me habías soltado sin avisar.
Porque cuando alguien desaparece sin una palabra,
una empieza a desaparecer de sí misma también.
⸻
Tu amigo había muerto.
Y yo no lo sabía.
Te busqué con desesperación durante cuatro días.
Cuatro eternos días
donde mi mente se llenó de tormentas
y mi corazón se llenó de miedo.
Y cuando por fin volviste,
no hubo disculpas.
Solo distancia.
Como si el duelo fuera razón suficiente
para apagarme también a mí.
Y aunque entendí tu dolor,
no entendí tu frialdad.
Porque yo también estaba llorando:
no por quien murió,
sino por lo que tú y yo estábamos dejando morir.
⸻
Ese silencio tuyo
me hizo aprender a hacerme chiquita.
A no reclamar.
A quedarme callada,
para no incomodarte.
Para no perderte del todo.
Y ahí lo entendí:
estaba empezando a desaparecer para que tú no te sintieras presionado a estar.
Tu silencio no era descanso.
Era una forma elegante de irte sin decir adiós.
⸻
A veces, el amor se muere en la quietud.
No con gritos.
No con portazos.
Sino con mensajes que nunca llegan.
Con llamadas que no suenan.
Con “buenas noches” vacías
y “buenos días” que se sienten forzados.
Ese fue el principio del fin.
No cuando dejamos de amarnos,
sino cuando dejamos de hablarnos.
⸻
Y yo, que siempre tuve tanto por decir,
aprendí a morderme la lengua.
Hasta sangrar.
Pero ya no más.
Hoy lo digo.
Lo grito si es necesario:
tu silencio me dolió más que cualquier palabra cruel.