Capítulo 6

No sé cómo se supone que se siente un hogar.
Solo sé cómo no se siente.

No se siente como gritos.
No se siente como indiferencia.
No se siente como estar rodeada de gente
y aún así sentirse sola.

Crecí entre personas que compartían paredes,
pero no emociones.
Entre platos en la mesa,
pero no palabras que nutrieran el alma.
Entre “haz lo que quieras”
y “no vas a lograr nada”.

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Nunca me preguntaron cómo me sentía.
Nunca me abrazaron cuando lloraba.
Nunca me dijeron “estoy orgullosa de ti”
aunque yo lo necesitaba
como quien necesita aire.

En mi casa aprendí a hablar sola.
A esconderme.
A callar lo que dolía para que no me dijeran que exageraba.
Aprendí que ser fuerte era no molestar.
Que si me pasaba algo,
mejor no lo dijera.
Porque no iban a escucharme.

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Me enseñaron a sobrevivir,
pero nunca a vivir.

Y hoy, que soy adulta,
cargo con una tristeza que no tiene nombre:
la de no tener a quién acudir
cuando todo se derrumba.

La de no tener una madre que me abrace.
Un padre que me diga que estoy a salvo.
Una hermana que me diga “yo estoy contigo”.

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Por mucho tiempo me creí el problema.
Pensé que si hablaba menos, si ayudaba más,
si era más “correcta” o más “exitosa”,
alguien de la casa me miraría con amor.
Pero no fue así.

Y ahora entiendo
que no era yo.
Que simplemente ellos no sabían cómo amar.
Y quizás tampoco los amaron a ellos como necesitaban.
Tal vez esa cadena de abandono viene desde antes,
y yo la estoy rompiendo.

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Hoy me prometo
crear un hogar nuevo.
Aunque sea pequeño.
Aunque empiece solo con una planta, un cuaderno y un té caliente.
Un hogar donde sí haya ternura.
Donde la luz entre sin miedo.
Donde las emociones no sean pecado.
Donde no tenga que convertirme en piedra para sentirme fuerte.

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Porque merezco una casa
que también sea abrigo.
Y si no la encuentro,
la voy a construir con mis propias manos.