1 de Septiembre, 2020.
Es un martirio estar en el mismo lugar que tú. Aún antes de llegar, ya estoy llorando. Aún si no pretendo verte, sé que estás ahí, mirándome, mirando como me alejo pero, sin intenciones de detenerme. No sé si es eso o es solo cosa de mi imaginación.
Constantemente quiero llorar, llorar de rabia e impotencia porque todos mis últimos recuerdos, son contigo y por ti.
No importa cuánto es que me arrepiento de ello, tampoco lo mucho que lloro por ello; mi orgullo es lo malditamente grande como para no buscarte. ¿Para qué? Al parecer la confianza ya está rota, y el hecho de que no diga nada o no siquiera quiera verte es porque me duele.
Me duele que me hayas hecho hacer tantas cosas y que al final, sigas desconfiando de mi. No te miento, desearía que lo hubieras olvidado, pero, seamos sinceros, yo tampoco lo haría.
El punto es que, me sigue picando en el orgullo, el hecho de que me hubieras hecho responsable de cosas que no hacía yo, pero, que no me costaba cargar. Ni aun con todo lo que dijiste la última vez, me pesa. No me pesa y no sé porque, pero duele menos que el hecho de que te hayas ido así. Te escapaste de entre mis manos.
Cuando creí que ibas a estar ahí, resulta que no, porque apenas lo decidieras, ibas a irte. Así sin más, sin detenerte a pensar un poquito en mi.
No sé quién eres, te desconozco y aunque duele, prefiero que no vuelvas, porque si lo haces, seguro que vuelvo a caer.