Casada con el demonio

Mi virginidad y ¿la tuya?

Suspiré bebiendo algo de champagne sin tomar en cuenta la conversación de mis padres con mi suegra, sin ganas ni siquiera de probar la comida, observando en forma lánguida a los músicos que tocaban una tonada tan suave y aburrida. En eso Eduardo acercó un trozo de carne a mi boca, negué con la cabeza y él se la comió sin dejar de mirarme.

 

—Si no comes te vas a enfermar —señaló con seriedad.

 

—¿Y eso qué? —repliqué de forma indiferente fijando mi atención en él.

 

—Es cierto, debes comer —se entrometió mi suegra—. Se espera que des a luz a un bebé en un año, y así tan flaca no nos sirve.

 

Alcé ambas cejas sin creer que esta mujer me esté diciendo que debo tener un bebé en un año ¿Cree que esta en mis planes acostarme con su hijo? ¿Que yo quiera tener un niño de este hombre sádico? ¿Está loca?

 

—No se preocupe madre, hoy mismo empezamos con la tarea de buscar a un futuro heredero, le pondremos empeño hasta la madrugada, sin descansar, una y otra vez —le sonrió como si estuviera diciendo la cosa más dulce que se podría decir.

 

—Mi niño siempre tan atento y preocupado —señaló la mujer orgullosa.

 

—Espere ¿Es que no entendió lo que dijo? ¡Piensa tener sexo hasta que salga el sol! ¿Usted cree que hay cuerpo que aguante eso? —repliqué sin pensarlo provocando que mi madre se atragantara con su jugo.

 

—¡Adeline! —me reprendió mi padre mientras intentaba ayudar a mi madre a respirar.

 

—Pero… —los miré a todos estupefacta—. Pero si él lo dijo primero y nadie le pareció mal.

 

Señalé a Eduardo que tranquilo bebe de su copa.

 

—No… señales, niña, por Dios cuantas veces debo decírtelo —mi madre pareció más molesta que todos.

 

—Mi querida esposa, es algo… digámoslo fogosa, yo no tengo problema en hacer el amor con ella toda la noche hasta que salga el sol, si eso es lo que ella quiere —entrecerró los ojos como si fuera un pan de Dios.

 

No pude evitar mirarlo con odio mientras nuestros padres comenzaban a reírse murmurando lo afortunada que era de tener a ese hombre como esposo, guardé silencio mordiéndome la lengua con ganas de responder una grosería ante la fingida actitud de Eduardo. Noté como sus ojos destilaban veneno, burlándose de la situación en que he caído con facilidad debido a mi poca capacidad de controlar mi lengua.

 

Por eso apenas volvimos al auto se comenzó a reír hasta ahogarse, solo lo observé molesta esperando que dejara de reírse. Pero al mirarme se retorcía por las carcajadas que no lo dejaban ni respirar. Se supone que debería estar triste por el abandono de mi hermana, pero en cambio ahí está divirtiéndose a mis costillas. Desvié mi mirada suspirando con fastidio.

 

—Si que eres un caso especial, la verdad nunca me di cuenta lo tonta que eras —entrecerró los ojos con ironía.

 

—¿Perdón? —lo contemplé molesta.

 

—¿Qué será de ti si de verdad te hago aullar hasta que sea de madrugada? —sonrió con sadismo observando como abría mis ojos sin creer que en serio pensaba hacer la tontería que le había dicho a su madre.

 

—No —musité sin decir nada más al notar su cercanía y sin darme cuenta comencé a retroceder hasta que otra vez me retuvo contra la puerta.

 

—Tal vez así aprendas a controlar tu lengua —me tomó del mentón arrugando el ceño con la maldad fija en su rostro ávido de venganza.

 

Me di cuenta de sus intenciones, e intenté levantarme, pero me empujó al asiento sosteniéndome el brazo. Sentí su respiración, encima de mí, buscando evitarlo empeoré mi situación al quedar acostada en el asiento.

 

—¿Será que teniendo sexo hasta la madrugada aprendas a guardar silencio? —me susurró al oído mientras que, sostenida entre sus brazos sin poder liberarme, me sentí pequeña e indefensa. Tragué saliva con rabia por sentirme de esa manera.

 

—Déjame, esto no me gusta —exclamé asustada y aunque por unos momentos creí que sentía compasión por mi pareció gustarle mi indefensión ya que entrecerró los ojos mirándome con malicia.

 

—Si me suplicas lo pensaré —señaló triunfante.

 

Solo escucharlo provocó que hirviera mi sangre ¿Suplicarle? ¿Qué se cree? ¿Qué voy a actuar sumisa solo por el gustó de él?

 

—No lo haré —apreté los dientes—. Olvídate que te vaya a suplicar, jamás lo haré.

 

—Respuesta equivocada —dijo endureciendo su mirada y sin decir más junto sus labios a los míos besándome con pasión.

 

Intenté huir de su beso, porque apenas lograba respirar, pero cada vez que lo evitaba volvía a besarme con mayor fuerza, introduciendo su lengua a pesar de mi oposición, intenté morderlo, pero aquello pareció gustarle más. Y me di cuenta de que de verdad este tipo de apariencia buena, de hombre perfecto, de la amabilidad en persona, por dentro no era más que un sádico, ávido de sexo salvaje… bueno eso último aun no lo sé, pero para alguien como yo, que nunca había besado a un hombre, esta especie de besos son demasiado para experimentarlos la primera vez. Cansada dejé de luchar y él al notarlo pudo besarme con más libertad, solo cerré los ojos intentando no pensar en lo que pasaba porque con sus besos mi cuerpo empezó a querer más y me sentí traicionada por esos deseos que no quiero. El auto se detuvo, y al hacerlo me soltó dejándome libre. No lo miré a los ojos, no fui capaz, y me dejé agarrar de la muñeca con él bajando del auto y viendo que acabábamos de llegar a la mansión de los Tovar.

 

—No pensé que te rendirías tan rápido —habló sin mirarme mientras caminábamos hacia el interior de la casa—. La verdad es que es más divertido cuando te opones. Como sumisas te pones aburrida.

 

Avanzamos hacia la casa enorme de tono pastel, rodeada por un jardín bien cuidado y llena de sirvientes. No hubo palabras y temblé al sentir el frio de la noche notando como los arboles se movían en un son macabro produciéndome escalofríos. Eduardo me miró disimuladamente.




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