Casada con el demonio

Despertando en el infierno

Entreabrí los ojos, despertando de mala gana porque siento mi cabello adolorido por haber olvidado quitarme el peinado del día anterior ¿O acaso me quedé dormida sin siquiera sacarme la ropa? Estoy segura de que sí, o eso creo, no recuerdo mucho si eso fue así. Aun confundida me senté mirando temerosa bajo las sabanas para descubrir que solo estoy con ropa interior. Eso quiere decir que todo lo del matrimonio ¿No fue más que un mal sueño? Suspiró aliviada rascándome los ojos para despertar bien, todo eso fue tan real, aún recuerdo el beso de aquel hombre ¡¿Tuve sueños húmedos con mi futuro cuñado? No puedo quitarme esas sensaciones extrañas al pensar en él. Muevo la cabeza a ambos lados, solo debo olvidarme de eso y levantarme. Pero luego de desperezarme comienzo a darme cuenta de que hay algo raro en este lugar…  empiezo a notar que no estoy en mi habitación.

 

—Te quedaste dormida como una borracha, no podía dejar que arruinaras ese vestido de novia con tu saliva, con lo caro que me salió —escuchar esa voz provocó que levantara mi cabeza horrorizada y al encontrarme con ese hombre dar un grito que se escuchó hasta afuera de la mansión.

 

Ver a Eduardo Tovar, parado ahí, con cara poco amigable, vestido de traje y con los brazos cruzados significa que lo que pensé con alivio que se trataba de una pesadilla no era así. ¡No puedo creerlo! ¡No puede ser que yo esté casada con ese sádico loco! Presa del terror al fijarme de mi realidad no dejo de mirarlo como si estuviera frente al mismo diablo.

 

—Pero ¡¿Que mierda?! ¿Estás loca? Con ese grito casi me mataste de un ataque al corazón —reclamó con una de sus manos sobre su pecho.

 

—¿Y quién no gritaría si apenas despierta ve a un hombre parado frente a su cama? —le repliqué molesta saliendo de la cama dispuesta a encararlo, parándome en frente de él y  colocándole uno de mis dedos sobre su pecho.

 

—Pero si cualquier mujer casada debe asumir que en la mañana va a ver a su marido ¿O dentro de esa cabezota tuya esta todo vacío?

 

Torcí los labios en una mueca cuando señaló mi frente, si puede que sea algo cabezona, pero eso no le da derecho a decirme eso.

 

—Además, te recuerdo que yo soy tu marido, y que me verás varias veces al despertar, así que deja esos gritos de terror para matar a otros, conmigo eso no te servirá —entrecerró los ojos, molesto.

 

Le di la espalda, no entiendo que busca con eso ¿Ahora será el cucú del reloj y vendrá a despertarme cada mañana? Molesta fijé mi mirada en el reflejo del espejo dándome cuenta de que solo estoy con ropa interior. Sentí como el calor de la vergüenza se me subía al rostro. De un salto me metí a la cama avergonzada notando como Eduardo se empezaba a reír.

 

—Te gusta aprovecharte de una mujer indefensa —reclamé intentando cubrirme hasta el cuello.

 

—Ni siquiera lo sueñes, fue mi sirvienta la que te desvistió, no yo, hubiera sido yo te hubieras despertado sin ninguna prenda —me miró con malicia ante la expresión de sorpresa de mi rostro—. Ahora levántate, no esperes que te traiga el desayuno, baja y come.

 

Y salió sin permitirme reclamar.

 

—“Hubiera sido yo te hubieras despertado sin ninguna prenda” —lo imité con rabia de no haber sido capaz de responder a eso—. Lo dice el que huyó en la noche, el señor calienta sopas ¡Me escuchaste Eduardo Tovar, no eres más que un calienta sopas! 

 

Levanté la voz intentando sacarme el disgusto de adentro, empuñando una mano sobre la puerta por la que él acababa de salir.

 

—Sí, te escuché —respondió haciendo que yo volviera corriendo a ocultarme en la cama—. Incluso tu intento de imitarme, deberías estudiar teatro, querida esposa. Tal vez hasta te dan el premio Oscar.

 

Y escucharlo reírse hizo que sintiera mi pecho a punto de explotar de groserías poco adecuadas para una dama, según mi madre, solo suspiré aprisionando las sabanas ¿Acaso este tipo se quedó escuchando a la puerta? ¿No respeta el espacio personal de otros? 

 

—Te daré cinco minutos —amenazó desde el otro lado de la puerta—. Si en ese tiempo sigues sin vestirte te voy a hacer mía, hasta la hora de almuerzo.

 

Escuché sus pasos alejándose por el pasillo, y refunfuñé molesta de solo imaginar su rostro, esa sonrisa que para otro es la dulzura personificada y para mí la maldad pura de un demonio.

 

De mala gana me levanté y fui a la sala donde debería estar mi ropa, esperaba que mis padres me hubieran mandado mi ropa, por fortuna es así, ahí está todo ordenado, hasta mis zapatos. Me vestí pensando que este tal Conde le gusta amenazar y luego no hacer nada. Mucho ruido y pocas nueces. Intenté reírme con eso. Pero no sé si me molesta más sus amenazas o porque no cumple con lo que dice. Al darme cuenta de eso último quise darme de golpes en la cabeza. No puedo dejar que mi cuerpo nuble mi razón y quiera dejarme llevar por las sensaciones que me produce el contacto con ese individuo. No debo olvidar que ese tipo, número uno está enamorado de mi hermana, número dos quiere venganza y le duele el desprecio que ella le hizo y número tres es un sádico sexual. Así que sí o sí debo buscar la forma de enfriar mi cabeza y no dejarme llevar por la calentura de mi cuerpo. Y eso significa.

 

—¡Que es la hora de la masturbación feliz! —lo dije empuñando la mano con exagerada emoción pensando que estaba sola.

 

—¿Señorita? —exclamó una sirvienta sin esconder su sonrojo.

 

Me giré sorprendida no pensé que justo cuando decía aquello había alguien detrás de mí, es como si la mala suerte le gusta ensañarse conmigo. Me quedé mirando a la joven mujer sin saber que decirle. Supongo que ahora debe pensar que estoy loca o que mi marido no me cumple, aunque eso último en cierto, y no es mi culpa que ese tipo me alborote las hormonas y luego me deja así. Arrugué el ceño, molesta al pensar en él, pero al ver que la sirvienta se asustaba por mi expresión, reí con torpeza para relajar un poco el ambiente.




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