Casada con el demonio

¿Y quién es este?

Desperté con el quejido de mi estómago, la puerta es golpeada en forma insistente. Me senté en la cama sintiendo como mis tripas me torturan de hambre, de verdad aun no puedo creer que no fui capaz de tomar esa hogaza de pan antes de venir a encerrarme aquí. Pero el recuerdo de la sonrisa burlesca de ese tipo hace que aun siga molesta sin ánimos ni siquiera de bajar de la cama.

 

—Mi señora —escuché la voz de la sirvienta—. La comida está servida.

 

Escuchar eso hizo que me pusiera de pie de inmediato, poder quitarme el vacío desesperante que siento será un alivio. Pero cuando abrí la puerta estaba ahí, aquel tipo maldito, que me sonrió con su falsa amabilidad. Di un salto hacia atrás poniéndome a la defensiva.

 

—No te preocupes —le habló a la joven mujer—. Yo me encargaré de mi querida esposa, esta algo débil por todo lo del matrimonio, es muy frágil, así que le traje yo mismo la comida.

 

Le mostró la bandeja que traía en sus manos. La sirvienta le sonrió con emoción mientras que yo arrugaba el ceño sabiendo que su falsa sonrisa inocente oculta esa maldad propia de él. De seguro vino solo con la intención de torturarme, más cuando el agradable sabor de lo que trae oculto casi me rompe la hiel.

 

Entró a la habitación provocando que yo retrocediera en actitud ofensiva. Cuando cerró la puerta se giró mirándome con severidad y moviendo la cabeza a ambos lados mientras tomaba una silla y se sentaba con el respaldo hacia adelante y las piernas abiertas. No hubo palabras, ahí está sentado contemplándome atentamente. Entrecerré los ojos sin moverme de mi lugar.

 

—Si que eres difícil de hacer entender —habló con seriedad—. Te doy todas las facilidades para ser feliz y no las tomas.

 

—Feliz a costa de tus juegos —respondí apretando los dientes sin dejar de pensar en lo que oculta la bandeja que ha dejado sobre el velador.

 

—Es algo tan simple, cualquiera otra lo hubiera aceptado —se alzó de hombros como si no entendiera mi actitud, aunque es claro que lo disfruta.

 

Me reí ante su expresión confundida. Y colocando mis manos en mi cintura.

 

—Eso es lo que crees tú, no desprecies a las mujeres y…

 

Comenzó a reírse a carcajadas mientras se ponía de pie. Se sacó su chaqueta dejándola sobre la silla y luego comenzó a desabrocharse la camisa, insinuante, sin quitarme los ojos con actitud provocativa, que por momentos me hizo querer doblegarme a su voluntad, más cuando su torso desnudo quedó frente a mis ojos, no me esperaba que tuviera tan buen físico, lo había podido ver antes solo un poco, pero esta vez se quitó toda la camisa. Al bajar la mirada noté como él sonríe con malicia bajando el cierre de su pantalón dejándome ver más debajo de su ombligo, pero no lo suficiente para ver “aquello”. No pude dejar de pensar cómo se vería, como se sentiría tocarlo y apretarlo con las manos… me lo imagine como un cachito relleno de crema y me dio hambre.

 

No sé si malinterpreto mi cara de ansiedad devoradora de cachitos de crema como si quisiera otra cosa, porque entrecerró los ojos con altivez sonriendo con malicia. No puedo negar que el tipo tiene lo suyo, sí, es guapo, tiene un cuerpo que quisiera tocar, huele bien, y tiene un aire que quisiera entregarme a sus brazos, pero mi prioridad ahora es comida, el hambre es mayor a mi curiosidad sexual.

 

—¿Entonces sigues negándote a pedirme comida como corresponde? —me preguntó.

 

Y ante mi silencio y mi boba expresión levantó la tapa de la bandeja dejando frente a mí un plato lleno de galletas recién horneadas, cuyo aroma me dejó aún más atolondrada.

 

—Está bien —musité con mis ojos fijos en esas galletas—. Que quieres pedir.

 

Sonrió satisfecho.

 

—Así me gusta, vas entendiendo al fin cuál es tu lugar en esta casa. Arrodíllate y suplícame —indicó el suelo.

 

Alcé las cejas sin entender lo que se propone.

 

—¿Quieres comer o no?  —me preguntó arrugando el ceño ante mi silencio.

 

—Sí… —y me puse de rodillas frente a él—. Tengo hambre déjame comer.

 

Se puso a reír.

 

—¿Crees que eso es suplicarme? —me preguntó.

 

Siendo sincera no estoy pensando en hacer eso, sino en cómo robar su tesoro de galletas y huir antes de ser atrapada por él.

 

—Trátame como si fuera tu amo —al escucharlo lo quede mirando sin creer lo que acaba de decir maldije para mis adentro sin que pudiera oír lo que decía—. No puedo escucharte —se acercó inclinándose a mi lado—. Habla más fuerte.

 

Sonreí ante la oportunidad y sin pensarlo más me levanté dándole un cabezazo en el estómago dejándolo sin aire. Al fin que el tamaño de mi cabeza sea de ayuda. Sin esperar que se recuperara agarré las galletas que pude metiéndolas en mis bolsillos y me eche a correr por el pasillo ante los débiles insultos de Eduardo que no puede hablar ante tamaño golpe sorpresa.

 

Mientras corro aprovecho a comer ignorando la expresión confusa de los sirvientes. Bajé las escaleras con rapidez, más aún cuando al girarme vi a Eduardo corriendo por el pasillo abrochándose la camisa intentando alcanzarme, por su rostro me doy cuenta de que está más molesto que nunca, incluso olvidándose de mostrarse como un buen y paciente hombre. Verlo hace que corra más rápido. Abrí las puertas hacia el exterior, y aunque el sol me encegueció por unos segundos respirar el aire fresco me llenó de energías para no detenerme.

 

Pero afuera me encontré de frente con otro hombre que me quedo mirando extrañado. Su cabello es similar a Eduardo, aunque más claro y sus ojos azul grisáceo por unos segundos se quedaron grabados en mi cabeza, creo haberlos visto antes, pero no logro recordarlo en este momento. Se corrió hacia un lado para dejarme pasar.  Pero al momento de creerme libre me tomó de la cintura tirándome hacia su lado y aprisionarme entre sus brazos con expresión poco amigable. Lo quedé mirando sin entender porque me retiene de esa forma.




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