Casada con el demonio

La reina del infierno

Después de las palabras de Cristian me fue imposible no seguir pensando en todo lo que me contó respecto a lo que pasó con Katrina y Eduardo días antes de casarse. Aun cuando se fue hace horas no dejo de pensar en eso, me quedé en el jardín buscando calmar mis ideas para poder reflexionar en forma adecuada, pero me es imposible, Eduardo sufrió no solo la traición de su futura esposa, sino que además la traición de su propio hermano.

 

Incluso durante la comida no dejo de mirar en forma disimulada a Eduardo, quien come sin decir nada ni prestar atención a su alrededor, está tan serio y concentrado en sí mismo que es como si encima se hubiera puesto un caparazón. El silencio rodea la estancia, pero se hace más pesado que lo usual. Toso intentando llamar su atención, quisiera preguntarle si es cierto lo que me dijo Cristian de que obligó a mi hermana a seguir con esto o no. Pero es una pregunta impertinente y lo sé. ¿Habrá sido capaz de llevado por la venganza y hacer eso? Volví a toser fuerte ante su indiferencia, alzó la cabeza mirándome extrañado.

 

—Deberías tomar miel y té, eso se escuchó horrible —exclamó y sin decir más volvió a la suyo.

 

Tengo que decir algo antes de que volvamos a ese silencio incómodo.
—¿Por qué querías casarte con Katrina? —pregunté lo primero que se me ocurrió.

 

Su rostro estupefacto se quedó detenido en mi mirada, confusa desvíe mi atención a otro lado, la verdad que imagino sus razones, no olvidó a ese niño con aires de príncipe que no dejaba de visitarnos solo para mirar a mí hermana con cara de tonto.

 

—¿Y eso te importa? —preguntó en un tono frío.

 

No pude responderle de inmediato, es claro que habló molesto. Creo que preguntarle eso a un hombre que fue abandonado en el altar, hace solo unos días, por la mujer que amaba es fuerte.


—Fue simple curiosidad —señalé—. No quise ofe…


—Le pedí que se casara conmigo porque era bella —me interrumpió—, virtuosa, perfecta, todo lo que tocaba lo transformaba en algo maravilloso, una mujer así era lo que un conde como yo necesitaba, un hombre perfecto con la mujer perfecta. Ella es todo lo contrario a lo que eres tú.

 

Arrugué el ceño al notar su intención de molestarme, pero por ahora no pienso seguirle el juego, necesito respuestas y no ponerme a pelear desviándome del tema. Pero eso sí, no voy a olvidarlo.


—O sea no la amabas, buscabas casarte con su perfección —tensé mi rostro al decirlo, esperando que me reclamara o corrigiera lo que acababa de decir.

 

Sonrió.
—¿Y qué hay de malo en eso? —respondió lo que menos me esperaba.

 

No supe que decirle, me descolocó su respuesta. Su rostro tenso y serio es intimidante, veo rencor en él más aun cuando noté que apretaba los dientes. Verlo así me hace creer en las palabras de Cristian. Enceguecido por la doble traición pudo ser capaz de obligar a Katrina a seguir con el matrimonio para hacerla sufrir a ella y a su hermano, olvidándose que condenaba a su misma vida a su venganza casándose con una mujer que no lo amaba. Lo contemplé a los ojos y desvió su mirada, fastidiado.

 

Si lo pienso bien, es lo mismo que está haciendo ahora al seguir con este matrimonio. ¿O acaso aún no ha dejado la idea de vengarse de mi hermana y Cristian, y desea utilizarme a mí para obligar a mi hermana a aparecer?

 

—Ya no tengo más hambre —se puso de pie de repente—. Voy a salir y no volveré hasta la noche, eres libre de hacer lo que quieras.

 

Y sin dejarme decir algo salió molesto, con los puños apretados, del comedor. El silencio en medio de la soledad de aquel lugar me provocó cierto desánimo, suspiré dándome cuenta de que hasta el hambre se me había quitado, y eso es muy extraño en mí.

 

Quisiera salir corriendo como "cabra loca sin sesos" como me llamó Cristian, y perderme en el campo en plena libertad. Pero aquí estoy, siendo la atada a la realidad mientras es mi hermana quien corre libre, injusto si pienso que este compromiso lo acepto ella. O sea, la cadena la compró, la preparó ella, y luego huyo cuando no las quería terminando yo encadenada y para peor con un hombre herido y traicionado que no deja de pensar en vengarse.

 

Me puse de pie, necesito salir lo más pronto posible, aunque sea ir a pasear a una plaza, necesito respirar aire del exterior y aunque está casa tiene un jardín enorme, necesito salir de aquí, porque todo lo que veo en este lugar me recuerda el enredo entre Cristian, Katrina y Eduardo. Salí con las intenciones de irme lo más pronto posible, buscar mi cartera y olvidarme de los Tovar y mi hermana.  Cuando salí del comedor rumbo a las escaleras vi a Eduardo parado dándome la espalda. Por un segundo mi instinto me empujó a devolverme. No tengo intenciones de enfrentarme en este momento a su rostro poco amigable, es más incluso prefiero su sonrisa falsa y esa mirada maliciosa que, aunque me perturba es mejor a esa expresión de hombre herido.

 

Me acerqué con cautela, sin entender lo que hace en ese lugar, hasta que pude ver qué está hablando con alguien. Ni siquiera alcancé a descubrir de quién se trataba cuando veo a su madre abalanzarse encima mío con un abrazo exagerado.

 

La mujer con su arreglado cabello, sus labios rojos, su enorme sombrero rojo que le da elegancia y que además combina con su ropa del mismo tono, sin soltar su bolso me sonríe con emoción, dándome varios besos como si nos conociéramos de años. No sé cómo reaccionar ante estas muestras de cariño inesperadas. Más aún cuando es la misma mujer que me había amenazado que si no me casaba con su hijo destruiría a mi familia. Cualquiera diría que se trata de una persona diferente, y lo pensé hasta que habló.

 

—Qué bueno que ya se pusieron en campaña para traerme un nietecito —exclamó antes de darme un fuerte abrazo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.