Casada con el demonio

¡¿Mi matrimonio?!

No puedo creer lo que está pasando. No puedo creer que este yo aquí en el lugar que debía estar Katrina, mi hermana. Con su vestido de novia, con el maquillaje que habían preparado para ella, el peinado que ella había elegido. Sostengo el ramo de flores mientras camino al altar con mis manos temblando, sin creer que he caído ante la amenaza de esa mujer, de la Condesa, de arruinar a mi familia por la ofensa contra su hijo cometido por mi hermana, por haberlo dejado a horas de casarse, por huir sin que nadie supiera a dónde... O con quien. Aunque mi familia es de dinero como la suya, el nivel de influencia política y económica de los Tovar es mucho mayor que el de mis padres. No pude negarme al ver a mi madre llorar pensando que caerían en la ruina, a mi padre con la mirada en el vacío sin creer en la situación en que se encontraban. Katrina, su favorita, la más inteligente, la que poseía el talento musical con el piano, un prodigio que para mí era inalcanzables, aquella que habían criado tan orgullosos, la que hacía que el joven y guapo futuro conde la visitará desde niño hipnotizado por sus bellos ojos y esa graciosa y dulce sonrisa que lo llevó a pedirle matrimonio; fuera quien los pusiera a ellos en esa situación.

 

No lo entiendo, Katrina se veía tan feliz de casarse con él, el solo pensar que un día ambos heredarían su título la hacía soñar con grandeza. Y yo no podía compartir sus sentimientos más atados al título que al cariño hacia aquel hombre. Él la amaba, es claro, no dejaba de venir a verla, de llevarla a pasear en su lujoso automóvil, en cada lugar que era invitado asistía con ella, feliz de que un día podrían iniciar su vida en común. Y aunque muchas otras mujeres envidiaban a mi hermana porque no había otro hombre más guapo, noble y amable que su futuro esposo, ella no lo veía así, solo veía el poder. No lo amaba, y tal vez esa sea la razón por la que huyó, al darse cuenta de que no valía la pena casarse con un hombre sin amor solo por un día ser una Condesa, ser parte de la nobleza del país. 

 

Sin embargo, soy yo quien ahora camina hacia el altar para casarse con un hombre que no ama, y lo peor es que es mutuo porque él no siente nada por mí, ama a mi hermana y con esta humillación me preocupa que se llene de odio y lo descargue en mi contra que nada tengo que ver con la huida de mi hermana. Ni siquiera soy capaz de mirarlo, pues temo ver en él el rencor que siente hacía su novia fugitiva. Los invitados empiezan a murmura, aunque llevo el velo puesto, ya hablan de que no soy Katrina, a quien él presento ante todos como su novia como su futura esposa. 

 

Al llegar al altar observó dubitativa el rostro de Eduardo quedando estupefacta al verlo sonreír con tranquilidad, incluso mirándome con cariño. ¿Será que con el velo puesto aún no se ha dado cuenta que no soy Katrina? Eso es imposible, ella es la mujer que amó desde niño, por lo que es imposible que nos confunda. Al quitarme el velo entrecierra sus ojos azules contemplándome con cariño, como si tuviera frente a si a la mujer que ama. Toma mis manos y las besa sin dejar de sonreír mostrando una hilera de dientes blancos perfecto con sus ojos fijos en los míos. Su cabello castaño que a diferencia de lo usual lleva bien peinado le dan una madurez distinta. Pero su sonrisa no deja de ponerme más intranquila. Toma mi mano y se gira hacia el sacerdote.

 

—Estamos listos, puede comenzar —y al decir esto me apretó la mano tan fuerte que sentí dolor.

 

Sin entenderlo lo miré anonadada, pero él sólo me miró de lado con la misma expresión amable de antes. No puedo creerlo y volteo hacia mis padres dispuesta a decirles que esto es una locura, que yo no debería porque pagar los errores de mi hermana, y que estoy segura de que aquel me apretó la mano con la intención de causarme dolor, aunque con esa sonrisa tan amable, con esa expresión, nadie me creería. 

 

Mis padres solo me miran preocupados y aún dolidos por la traición de la hija que más quisieron ¿Porque debo ser yo quien debe tomar este papel? Si siempre fui tratada como la niña salvaje que jugaba a levantar piedras, que no sabía tocar el piano, que nunca les llegaría a los talones a su hermana mayor. Que por más que estudiaba para alcanzarla, por más que sacara buenas calificaciones, nunca llegaría a su nivel de excelencia. Es injusto que mi sacrificio deba salvar a una familia que siempre me hizo a un lado por mi hermana. Tenso la mirada lista para salir corriendo en cuanto se me dé la oportunidad ¡Al diablo con todo esto! Quiero ser libre.

 

—Los declaro marido y mujer —me giro sin creerlo, ni siquiera me preguntaron si yo aceptaba casarme con él. O lo dijeron y yo nunca me di cuenta.

 

No sé qué decir y menos cuando Eduardo me agarró de la cintura, sin esperarlo, y me besó. Me quedé paralizada con el beso que no me esperaba más con el tipo de pasión con que Eduardo me besó, provocando incluso que los invitados hablaran de eso. Atolondrada por todo esto, sin aún creer lo que está pasando, me deje llevar, incluso permitiéndole que su lengua se deslizara dentro de mi boca. Cuando comencé a darme cuenta no logré reaccionar antes de que él me soltará y notar por unos segundos una mirada de odio que me hizo tragar saliva con amargura. De inmediato volvió a sonreír, con la misma actitud de antes, provocando que no estuviera segura de que sus ojos destilaran el rencor que creí ver en ellos.

 

—No recuerdo haber dicho que sí —musité caminando detrás de él que no soltaba mi mano y que caminaba con una rapidez que se me hacía imposible alcanzarlo con el pomposo vestido de novia.

 

—Como no respondías, yo lo hice por ti, le dije al sacerdote “disculpe, mi novia está muy distraída, ella es así, es algo por lo cual me enamoré de ella, tome su distracción como un sí” —habló Eduardo sin mirarme y sin detener sus pasos.

No puedo creerlo, no solo por sus mentiras, sino que el mismo sacerdote le haya hecho caso y nos casara sin esperar mi consentimiento. Apreté los dientes porque si me lo hubieran preguntado hubiera sido la oportunidad de decir que no y salir corriendo sin pensar en nada más, aun cuando después fuera la ruina mía y de mi familia.




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