Me tumbé en la cama mirando el peluche de Patricia en mis manos y pensé en Nicholas, no podía evitar que mi corazón latiera por él.
— No puede ser. — Gruñí y me incorporé, acercando el peluche a mi boca y teniendo mi mirada hacia la nada. Reaccioné cuando tocaron a la puerta principal y me levanté dejando el oso en la cama, caminando para la puerta en camisón. — No he pedido nada. — Abrí la puerta creyendo que sería un camarero del hotel, pero me encontré con Abiel.
— Buenas noches. — Saludó.
— Buenas noches. — Repetí sorprendida. ¿Qué estába haciendo en la puerta de mi habitación?
— ¿Te apetece tomar una copa conmigo? Aunque parece que ya te estabas preparando para irte a dormir. — Me miró de arriba a abajo y me quedé cortada.
— Dios. — Dije y quise cerrar la puerta, pero Abiel me lo impidió.
— Dejemos a Dios tranquilo. — Respondió chistoso y abrió la puerta mirándome. — ¿Tomamos una copa en el bar del hotel? Señorita De Luque
— ¿Qué tomemos una copa los dos solos? — Repetí. Y él tocó la punta de mi nariz con el dedo, por lo que mi corazón dio un bote sintiendo mis mejillas calientes.
— Bueno, señorita De Luque. ¿Nos vamos? — Me preguntó entrando de la estancia sin ser invitado para ello. ¿A que venía que se presentara aquí? No comprendía la actitud de esta persona, a la que podía tachar de desconocido. — Tranquila, Isabella. No muerdo. — Insistió sentándose en uno de los sillones y cruzando sus piernas. — Será divertido, apenas conozco a gente aquí.
— ¿Por qué será? — Le pregunté y Abiel se rió.
— Eso digo yo. ¿Me acompañas entonces?
— Espera aquí, me iré a cambiar. — Dije finalmente, sintiéndome insegura ante su mirada penetrante.
— Te espero, señorita De Luque. — Sonrió y caminé para la habitación, me preguntaba que querría conmigo y si Verónica tendría algo que ver.
— Gracias. — Agradecí a un camarero que nos trajo unas copas. — ¿Cuánto tiempo llevas aquí en la capital?
— No mucho, pero lo suficiente para saber como andar entre todas estás personas adineradas. — Me respondió y agarré la cereza que traía mi copa. — Y para saber que eres la nieta del señor de Luque, el dueño del club.
— ¿Eso te lo han contado o lo has averiguado tú solo? — Abiel sonrió.
— Las dos cosas. Te vi esta mañana en el club y pregunté por ti.
— Entonces sabrás que era la esposa del único hijo de la familia Santana, hasta que apareció ella. — Le informé, creyendo ahora más que nunca que tenía una relación con Verónica, y no solo una noche de pasión.
— Verónica, la mujer que durmió anoche en mi cama. — Sonrió agarrando su copa. — Es una mujer muy interesante
— Lo mismo pensaría Santana. — Manifesté y pensé en Richard. — Es una mujer difícil de olvidar.
— ¿Qué se siente al escuchar tantos rumores sobre ti? ¿O es verdad que te fuiste con un amante? — Indagó el chico de oro.
— Ojalá me hubiera ido con un hombre. — Pronuncié mirando el color rosa del licor. — No habría sufrido por él.
— Corazón herido. — Dijeron sus labios y sonreí con tristeza. — ¿Irás a la fiesta que harán este fin de semana? — Se interesó cambiando de tema.
— Si, tengo algo que hacer. — Respondí, dejando mi copa. Tenía la idea de hacerme visible ante todas esas personas.
— ¿Me acompañarías si te lo pido? — Me propuso Abiel y me quedé mirándolo.
— ¿Quieres que te acompañe a la fiesta? — Me sorprendí. Abiel extendió su brazo, esperando para agarrar mi mano.
— Tú y yo juntos, será divertido ver las caras de los invitados. ¿No te parece? — Anunció Abiel y agarré su mano, asintiéndole cuando me la besó.
Puede que detrás de esa sonrisa y esas palabras escondiera un motivo para pedirme que fuera con él, motivo que agradecería... Quiero ver la cara de Verónica cuando me vea con su amante.
— Isabella. — Reaccioné al ser llamada y miré a mi madre, sentada frente a mí en la sala. — ¿En qué estás pensando?
— En lo único que pienso, en mi hija. — Respondí agarrando la taza de café de la mesita y dándole un sorbo.
— Tienes que hablar con Nicholas de una vez. — Habló mi madre seria y dando un suspiro. — Niña tonta.
— ¡Hermana! — Escuché un grito de alegría y sonreí dejando la taza, colocando mis manos en los brazos que me abrazaron.
— Evelin. — La llamé contenta de verla.
— Que bien que estás aquí. — Se alegró sentándose luego a mi lado en el sofá.
— Compórtate, Evelin. — Le regañó Carlotta y Evelin puso una mueca en los labios.
— Hablo con mi hermana. ¿Tampoco puedo hacer eso, mamá?
— Niña estúpida. — Ladró Carlotta y mi hermana gruñó en respuesta. Evelin cada día estaba más grande, cerca de cumplir los trece años. Sin darme cuenta el tiempo pasó y eso me hacía pensar que había hecho con mi vida. — Luzardo vendrá dentro de un rato, espero que te comportes como una señorita.
— Luzardo sabe como soy. ¿Para que hacerlo? — Replicó mi hermana a nuestra madre, estando algo más que enfadaba.
— Por Dios, mi hermana es mala influencia para mis hijas. — Maldijo Carlotta y Evelin se levantó con una sonrisa.
— Me daré un baño. — Me dijo y miró luego a nuestra madre. — Después de que Luzardo se vaya iré al bufet con papá.
— No. — Se levantó Carlotta y Evelin asintió.
— No seré una estúpida que se case para que un hombre la mantenga, seré abogada como mis hermanos. — Dió su opinión y me miró. — ¿Qué te parece?