Extendí en la mesa frente a Abiel, el sobre marrón con las escrituras del apartamento junto con las llaves y una cartilla de ahorros.
— No es mucho lo que tengo, pero es tuyo. — Le hablé, agarrando entonces una copa con alcohol y dándole un trago.
— No es necesario que me des nada. — Respondió y me quedé mirándolo. — Solo quiero que tú también me ayudes.
— ¿Quieres mi ayuda? — Pregunté sin comprender. — ¿Se trata de tu hermano? — Indagué y Abiel asintió con una sonrisa en su rostro.
— Conocí a tu hermano Richard hace unos años. Él empezó a dudar de que Enyer sea realmente hijo suyo.
— ¿Qué? — Pregunté extrañada. ¿Qué tenía que ver mi hermano con él y su hermano?
Por alguna razón pensé en mi madre y en sus palabras, y lo supe.
— ¿Enyer es hijo de tu hermano? — Pregunté y asintió.
— Sí. — Me confirmó. — Fue Richard quien me puso en contacto con la persona que requería mi sangre para salvar a su hijo.
— ¿Mi hermano? — Me quedé pensando en Richard y apreté los puños.
— Gracias a su contacto ahora soy rico, con dinero suficiente para recuperar a mi sobrino. — Habló Abiel, habiendo en sus palabras tristeza. — Mi hermano murió sin poder conocerlo, ni siquiera pudo encontrarlo.
— Vaya. — Solté de pronto y Abiel me miró con sorpresa.
— ¿Ocurre algo? — Se interesó y sonreí dándole un trago a mi copa.
— No pensé que Verónica pudiera ser tan... — Callé mirando el licor que sostenía.
— Conozco a Verónica desde niña, y siempre le ha interesado salir del barrio humilde donde nos criamos. — Me contó Abiel extendiendo el sobre hasta mí. — Te ayudaré a cambio de que me ayudes.
— Te has acostado con la persona que tu hermano amaba. — Mencioné y Abiel sonrió, aunque sus ojos negros trasmitían tristeza.
— Ya te he dicho que a ella solo le interesa el dinero, el poder y el estatus social. — Me respondió Abiel. — Es mala y hará lo que sea por tenerlo todo.
Regresé a mi dormitorio dejando mis cosas sobre uno de los sofás y me senté en él.
— Debería irme de este hotel de una vez. — Pensé en voz alta agarrando las llaves del apartamento. — Sí, eso haré. — Sonreí, cuando tocaron a la puerta y dejando las llaves fui hasta la puerta. Encontrando a mi padre cuando la abrí.
— Tenías que haberte pasado por casa. — Me habló mi padre, Mateo De Luque, que me dedicó una sonrisa afectiva.
— Ya pasé por casa. — Respondí dejando que entrara y cerré la puerta. — Pero mamá es cada vez más insoportable.
— Lo comprendo, cariño. — Se dirigió a mí dejando su abrigo sobre un sillón. — ¿No me abrazas? — Me preguntó después y me acerqué con una sonrisa, dándole un profundo abrazo. — Mi hija. — Pronunció y me dejé abrazar.
— ¿Tanto me has echado de menos? — Pregunté pudiendo sentí los latidos de su corazón.
— Claro. — Me indicó, agarrándome de los brazos y haciendo que me pusiera derecha. — Mi nieta, ¿cómo se encuentra ella?
— Pronto estará bien.
— ¿Y eso? — Se extrañó soltándome.
— He conocido a alguien especial que tiene el mismo tipo de sangre que Patricia. — Me sentí gustosa de decirle, sentándome en el sofá obliganda por mi padre.
— ¿De verdad? — Se sorprendió ocupando un sillón y asentí contenta.
— Gracias al destino, o a Richard. — Mencioné sonriendo. — Mañana viajaremos hasta la ciudad.
— Me alegro, quiero ver a mi nieta ya recuperada. — Agarró mi mano.
— El trabajo, siento haberme largado y dejarlo todo en las manos de los demás. — Pedí disculpas y él me negó.
— Del bufet se pueden encargar otros, de mi nieta no. — Respondió y asentí. Trabajaba en uno de sus bufet que tenía por todo el país. — Tú solo descansa y ocúpate de que Patricia se recupere.
— Eso haré. — Puse morros y mi padre sonrió dando unas palmadas en mi mano.
— Tu madre estaría encantada de que dejaras todo y te ocuparas de encontrar a un hombre. — Bromeó mi padre y gruñí seria.
— Eso es lo de siempre. Pero yo estoy contenta con mi vida. — Apretó mi mano y me vi empujada a comentarle. — Pero bien la estás liando tú con Evelin.
— Es bueno que aprenda, y que sea como tú y Richard. — Contestó quedándose callado, y supe por su mirada que estaría pensando en Marlene.
— Ella estaría orgulloso de ti, de como nos has tratado. — Le afirmé y él asintió repetidamente.
— Te hubieras llevado bien con ella.
— Sí. Un día tenemos que ir juntos a darle a Marlene mis respetos.
— Lo haremos. — Me sonrió y se inclinó dándome un beso en la frente. — Te quiero, hija.
— Lo sé, padre. — Sonreí mirándolo.
Cuando se abrió la puerta del ascensor vi a Abiel que me estaba esperando en la recepción del hotel.
— Estás hermosa. — Me habló Abiel y sonreí saliendo del ascensor.
— Gracias. ¿Me ayudarías a ponerme el abrigo? — Le pedí y Abiel me asintió.
— Será un placer. — Tomó de mis manos el abrigo y me ayudó ponérmelo.
Cuando entré en la sala de fiestas del brazo de Abiel, todas las miradas se posaron sobre nosotros.
— Si que estaban deseando verte. — Se burló Abiel y le sonreí tirando de su brazo.
— Si tú lo dices.
— Isabella. — Fui llamada por Fernanda Mames, que ahora de casada, su apellido era Deñal. De su mano traía a su hija de dos años.
— Fernanda. — Me alegré de verla a ella y a su pequeña Estela, que se comía un palillo de pan.