Desde las entrañas de mi madre jugueteaba mucho, era un almidón indomable, eso decía mamá cada vez que me contaba sobre mi estado en su barriga. No me quedaba quieta en ningún momento, era peor que el loco de Tasmania dando brincos en su panza.
No se la hice fácil en la escuela, constantemente mis maestras la llamaban por mi comportamiento. Eran algo dramáticas mis profesoras. No veía nada grave pegarle chicle a una en su silla, encenderle unos cuantos mechones con una vela, y mordisquear algunas frutas de mis compañeros. Eso me ocasiono muchos problemas llevándome a un internado de niñas comandado por monjas.
Yo creyendo que las monjitas eran buenas por ser misioneras del señor, qué va, nos levantaban a las cinco de la mañana a realizar el desayuno, luego de eso asear todo el lugar, lavar los baños, cosa que en mi vida hice, estudiar y rezar como locas dementes y dormir temprano como gallinas.
— Esto no es vida, no lo es. — Me quejo sola en mi habitación. — Te detesto, madre.
Únicamente era capaz de decirlo de boca para afuera, al contrario de mis pensamientos, lo que hacía era extrañarla un montón.
— No eres tu sola, cariño. — Me sobresalto al ver a Romina, la emo, así la llaman por su pelo corto y conducta rara. — Deja el drama. Solamente llevas un año en este sitio, a diferencia tuya, yo llevo cuatro años aquí — Abro mis ojos de par en par al escuchar lo último — Me internaron desde los diez años de edad, puedes creerlo, de esta forma, le estorbo a mi madre.
— ¿Qué hiciste para merecer este castigo? — Pregunto algo confundida — Es mucho tiempo.
— Incendiar mi casa cuando mi madre le falló a mi padre, la descubrí y no lo soporte. — Dice sin más — Mi padre murió pronto, no soporto que la mujer que amaba lo engaño y en su propia casa con su vecino.
— Siento lo de tu padre, el mío nos abandonó cuando nací, lo conozco por una foto al cobarde ese — Digo tragando en seco — No deberían llamarse padres.
— Tus razones, ¿cuáles son? — Pregunta cambiando de tema abruptamente, cosa que agradecí.
— Hacerle la vida cuadritos a mis docentes, ser caprichosa, y aburrir a mi madre para qué me abandonará en este lugar y disfrute con su nuevo novio.
— Son un asco, apestan al igual que este sitio.
Hablamos otro rato conociéndonos un poco más, me ha dicho que suele escaparse de este punto e ir de fiesta los fines de semana, no dudo ni un segundo para decirle que quiero ir con ella, mis pelvis están tiesas deseosas de moverlas un poco.
Ha regresado a su habitación antes que la descubran las hermanas merodeando en otro sitio y reciba, uno de los maravillosos castigos (Sarcasmo) que nos dan en este paraje por no acatar las reglas. Tengo algo de calor con este uniforme, me desprendo de él para darme una ducha, ponerme un pijama de abuela de los años júpiter que nos dieron en este punto, y meterme a cama previamente antes que el castigo lo reciba sea yo por no estar como gallina culeca en su nido.
Estoy acomodando mi almohada cuando escucho los pasos de Sor Josefina revisando sus pollitas obedientes.
— Espero mamita que se le caiga el pito a tu amorcito y no demores en sacarme de esta pocilga de mierda.
El eco de la puerta abriéndose me hace simular estar dormida. La luz de la linterna de pez globo se penetra en mi rostro logrando que apreté mis ojos para no despertarme.
— Señorita pesadilla está en cama — Comunica por una radio que tienen — Hora de descansar.
Me gané el nombre de señorita pesadilla por mi buen comportamiento (sarcasmo) en los primeros días al incendiar el atuendo de una de las monjitas, asustar a Sor Josefina haciéndome pasar por un fantasma en la noche, al comerme las frutas del desayuno, hacer guerra de comidas, cosas nada graves y muy divertidas, pero aquí son muy aburridos.
Bromas que me constaron un mes encerrado en una habitación oscura, tan solo con pan y agua, otro mes lavando los baños, nada agradables, dos meses sin visitas, restricción de hombres, exactamente ni una mosca puede verme.
Algo que hace feliz a mi madre que ni una llamada me hace para saber si estoy viva o muerta.
Según las queridas monjitas es para que aprenda la lección. Me he portado bien los últimos meses para que me permitan la visita de mi abuela, Anabel Miranda, no piensen que mi abuela es la de la película, ella es buena gente como su nieta.
Llego el viernes hora de visitas, no me animo para nada, sé que nadie vendrá. Sigo en mis quehaceres de arreglar el chiquero (desorden) de mi habitación, cosa que no hago, solo observo a mi cosita bella, mi dios griego, mi Henri Cavill en cueros.
Si lo observará, a Sor Josefina le da un infarto de la impresión. Comparto ese secreto con mi armario que lo cubre de las malas miradas, lo tengo todo babeado de los besos que le he dado, cosa que hago en estos momentos.
— Maciel, ¿niña estás aquí? — Pregunta a Sor Josefina tratando de abrir mi puerta — Abre niña.
— Disculpe, Sor Josefina, estaba en el baño contesto con una sonrisa falsa. Si supiera que imaginaba a ese hombre majestuoso, cubriéndome de besos por todos lados — ¿Se le ofrece algo? Estoy arreglando mi cuarto.
— Alístate, Maciel, tienes permiso de salir una hora del convento con tu abuela, Anabel.
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Editado: 19.01.2021