Casada con una Mentira

CAPÍTULO 21

¿Celos?

Benditos celos.

En otro momento me hubiera creído el teatro que le intereso a mi esposo, y tal vez tuviera en mis labios una sonrisa bobalicona de esas que ponemos las mujeres enamoradas, pero este no es mi caso, él no soporta verme con otro hombre porque quiere demostrar su hombría y poder sobre algo que le están usurpando como si fuera un objeto de poco valor. 

No soporta que pueda corresponderle con la misma moneda.

 — No. No se irán, son mis invitados, querido. Sigue tus juegos con Nolan — Digo con asco — Tatis y yo haremos un cuarteto con estos dioses griegos, estos bombones de chocolate blanco — Sonrió como la típica ebria — ¿¡Cierto, chicos!?

— Estás borracha, Maciel — Gruñe aún más fuerte — Largo de mi casa.

— No, no se irán — Grito soltándome del agarre de Damir. Sus manos queman mi cuerpo. — Sigan chicos.

— Buenas noches, bonita. — Me susurra el pelinegro en mi oído dejando un beso en mis mejillas — Esta es mi tarjeta, espero tu llamada.

— Estás buscando cavar temprano tu tumba.

— Encantada te llamaré, Alan. Un beso, guapo.

Los dos ignoramos las palabras de Damir hago un puchero al verlos partir de mi casa. 

Una sonrisa se formula en mis labios al ver la tarjeta que tengo en mis manos. Le doy una mirada cómplice a Tatis ignorando a esos dos idiotas que están que se lo llevan los demonios del enojo que tienen. 

Muchos caraduras. 

Ellos solo no pueden disfrutar, les devolveremos el favor.

Las dos suspiramos al ver los chicos desaparecer de la casa, le muestro el número a mi amiga que lo apunta en su móvil para pedirle el de Michele, ese rubio guapo. 

Nolan la mira con mala cara adentrándonos a la casa y nos sirven dos sodas con algunos analgésicos. Empiezan con un interrogatorio que ¿Quiénes son? ¿De dónde los conocen? ¿Son sus amantes? Damir me recuerda de nuestro trato.

— Y créeme que no lo he olvidado — Me digo mentalmente.  

Las dos los ignoramos por completo.

— Como si tuvieran derecho a enojarse — Le digo a Tatis que me deja un beso en mis mejillas llamando un taxi para volver a casa, al igual que yo no soporta verlos a la cara. Menciona algo creando una odisea.

— Disfrute la noche, Mac, ese rubio me hizo vivir plenamente, y ni que decir de tu pelinegro… es todo un salvaje contigo. — Sonrió por su comentario tomando mi soda dirigiéndome directo a mi habitación.

— Sí que la disfrute. Te quiero, Tatis.

Damir sigue mis pasos buscando una explicación de lo mencionado anteriormente logrando que le tire la puerta en su cara, no estoy de ánimos para escucharlo. He arruinado su fiesta, su amorcito, se ha ido corriendo detrás del perdón de mi amiga. 

Apenas su infierno empieza. 

Mi cabeza está ideando un buen plan para acabar con mi adorado esposo. Nunca debió casarse con una abogada.

Me caigo de culo en la cama cayendo en un sueño profundo. 

La alarma o más bien las 20 llamadas de Marcela me sacan de los brazos de Morfeo pegando un brinco que me llevo aterrizar directo al piso alarmándome por la hora. Mi cabeza es como escuchar un tambor, duele como nunca. 

Tomo el teléfono de volada al escucharlo sonar de nuevo hablando con una voz de sueño.

— Alguien se le pegaron las cobijas el día de hoy — Murmura Marcela soltando una carcajada — Jefa, alguien la busca para un caso… antes que pregunte, no me ha brindado sus datos, me ha dicho que no se irá, antes que logre verla, no le importa esperarla todo el día.

Eso me deja un poco pensativa.

— Marcela, en una hora estoy en el despacho. Nos vemos querida.

Reviso mi armario encontrando solo ropa muy formal, nada sexi, Damir se arrepentirá de lo que me hizo y de lo que perderá. 

Opto por un vestido crema a media pierna con un cierre en la parte de la espalda sin mangas. Saco una chaqueta negra, busco mis tacones de aguja, dejando mis prendas en la cama, adentrándome en la ducha tomando un baño ligero. 

Algo me dice que hoy tendré un buen día.

 

Estoy subiendo el ascensor del piso que me conecta a mi oficina, Roger y Marcela me sonríen con picardía al verme llegar. Veo en sus ojos complicidad. Enarco una ceja al llegar a su par sin entender nada. 

Roger me alarga mi café recién hecho en la máquina, me informa que tiene dos de azúcar como me gusta. Mi nuevo cliente espera en mi oficina, me confirma Marcela.




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