Casada con una Mentira

CAPÍTULO 23

— Marcela, cancela todas mis citas de la tarde, por favor, debo ir de compras. Olvidaba un compromiso importante que tengo.

— Es su día de suerte, jefa. — Afirma — Hoy no tiene ninguna cita que requiera de usted, es libre.

— Genial, tomate la tarde libre. — Digo con una sonrisa — Te veo mañana, Marcela. Debo ponerme linda y no precisamente para mi esposo.

— Se pondrá celoso el señor Damir, en especial, al enterarse de que alguien más la visita.

— Tal vez si, tal vez no. — Suelto saliendo del lugar.

— Malvada.

— Lo sé, querida.

Me adentro en varios sitios del centro comercial buscando un vestido que me quede perfecto, uno adecuado para mí. 

Mis piernas ya duelen un poco por la búsqueda, algunas chicas me hacen mala cara al ver que miro y no tomo nada. Estoy en el último almacén buscando ese vestido que me haga enamorarme como una tonta. Son todos muy bellos, sin embargo, no siento que sean los adecuados para mí. 

Estoy perdiendo las esperanzas de encontrar algo acorde para la ocasión. A veces suelo ser un poco exigente, por no decir, que todo el tiempo.

Estoy por salir cuando observo que una de las vendedoras saca un vestido azul cielo de flores de colores adornando la parte baja del vestido como si fueran pintados a mano cada adorno. Observo la parte superior que es en forma de corazón con mangas cortas. 

Perfecto. 

Fue amor a primera vista. 

No me lo pienso dos veces para comprarlo, este vestido tiene que ser mío. Riño con otra chica que también lo quiere, no pierdo en mis juicios y menos en uno de compra de ropa, y más, cuando tuvimos una conexión.

— Puedes comprar otro, señorita, este vestido es mío y en estos momentos mira como paso a pagarlo ante tu atenta mirada.

— No sabes quién soy yo.

— Me importa una mierda… puedes ser la reina de Inglaterra y no me importa.

— Eres una…

— Una cosita bien hermosa que no pierde nunca.

Con una sonrisa de triunfo paso a la caja depositando lo del vestido y dejando una linda propina a la chica que me atendió observando a la rubia oxigenada que no puede creer que su vestido estará en mi cuerpito y no en el de ella. 

Escucho sus maldiciones, pero no le doy importancia, estoy de buen humor para dañarlo por una malcriada berrinchuda.

Doy un suspiro de triunfo sin perder mi sonrisa adentrándome a una tienda de accesorios. Me enamoré de un peine hermoso con formas de perlas de mar a su alrededor que combinan muy bien con mi vestido. 

Lista, hago mi última parada en la peluquería, al verme Tommy pega un grito de emoción, hace mucho no lo he visitado.

— Ahora sí, creo que los milagros existen. — Dice soltando una carcajada — Cariño, mira el pronóstico del tiempo, dice que lloverá hoy.

— No exageres, tan solo me he perdido dos meses, Tom.

— Es como si fueran dos décadas, querida.

— Como lo soportas, Ron.

— Con mucho amor, Mac.

Soltamos una carcajada ganándonos una mirada de odio de Tom. Ahora comprendo lo que una vez me dijo Rony sobre Damir y todo me pareció un chiste de mal gusto.

Recuerdo.

— ¿Estás segura, Mac? Tu esposo no le gustan los niños también. Juraría que le apuesta a ambos equipos. Se nota que te ama, eso está claro, pero algo me hace dudar de su condición.

— No veas fantasmas donde no los hay, Ron. No quieras dejarme sin esposo.

— Estoy feliz con mi ponquecito, solo que tu esposo me pone a dudar.

— No hay dudas. Es 100% hombre, eso te lo puedo jurar.

— ¿Segura?

Fin del recuerdo

En ese entonces todo era seguro para mí, nada me hacía dudar de mi esposo, y menos de su condición. Éramos unas bestias cuando queríamos en el plano sexual, no tenía quejas, ni dudas. Si tan solo hubiera atendido las dudas de mi amigo, me hubiera ahorrado muchas cosas.

Deje todos mis pensamientos de lado explicando el peinado que quiero para esta ocasión. 

No necesite de mucho, Ron, es un experto en todo, dejando mi cabello suelto sujetado de medio lado con algunas ondas ajustadas de la peineta. Saben que no me gusta en exceso el maquillaje, optando por uno suave que deja al natural mi rostro.




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