Casada con una Mentira

CAPÍTULO 24

Día de la boda.

Desde el día de la inauguración de Romí no me he visto con ninguno de ellos y cancelé todas mis citas con mi psicólogo. He ignorado cada una de las llamadas de Alan, he mentido que estoy en la oficina para encararlo. He ignorado a Romí, me siento traicionada por ella. 

Nunca debió invitarme sabiendo que él y los demás chicos estarían en ese lugar. Todos me mienten y se burlan en mi cara, mi vida es una puta mentira.

— Planeta tierra llamando a Maciel Miranda.

— Eres la novia más sexi que he visto en mi vida y sabes que digo la verdad, aunque, pensé que lo era yo el día de mi boda, Tatis. — Digo recordando mi día — Te ves hermosa.

— Tanto para ser una fachada que acabara pronto. — Suelta con amargura — ¿Por qué nos hicieron esto? Solo les brindamos amor… solo eso, Mac.

— Eso me lo he preguntado muchas veces, Tatis. Duele demasiado. Duele fingir amor cuando no sientes eso, sino rabia y dolor. — Comento con mi voz quebrada — Mi abuela lo tiene en un pedestal y no puedo bajárselo de ese lugar, no quiero adelantar su partida, cuando es lo único que tengo de mi madre.

— Nos tenemos las dos y todos conocerán la verdad. — Dice — La mentira terminó.

— Ta… 

 No termino mi frase al ser interrumpidas por el padre de Tania.

— Cariño, es hora de salir. Nos esperan mi princesa.

— Vamos papá, muero por ver el novio.

Salgo con la novia acomodándome en mi sitio junto a Damir como padrinos de la boda. 

Él toma mi mano, lo miro con mala cara, pero sonrió a los presentes cuando se escucha el sonido nupcial anunciando la llegada de la novia.

 Al ver a lady Nolan con una sonrisa gigante en sus labios brotando una lágrima por sus ojos, ardo de rabia, son tan hipócritas que juro merecen un óscar por su actuación, todos le creen el cuento. 

Las demás damas de honor sonríen como bobas al lado de sus novios o simple conocidos.

Me pongo nerviosa al ver entre los invitados a Aitor al lado de Alan y Michele, los tres hombres clavan su mirada hacia mí. Trato de ser fuerte ignorándolos por completo. 

Camino con Damir hasta mi sitio, mi mirada no demora mucho en hacer contacto con Aitor. Es inevitable no mirarlo, es como una fuerza que me invita hacerlo contra mi voluntad. 

Me pierdo en esos ojos cafés que se encuentran con mis ojos claros haciendo un eclipse de amor. Solo somos los dos en este momento. No pienso en nada más, solo en lo felices que hubiéramos sido, si no hubieran truncado nuestros caminos.

¿Por qué el padre cesar no me dijo nada?

¿Por qué Serguéi no sabía que era yo?

Salgo de mis pensamientos al ser tocada por una de las chicas para que pase los anillos. 

Suelto una risita traviesa por mi elevación. 

No soy capaz de mirar hacia Alan después de todo lo ocurrido. No soy una cobarde, al contrario, soy muy directa, aunque con él me siento culpable por haberlo usado para mis fines de venganza en contra de Damir. 

Él es un hombre maravilloso, es un encanto de hombre que puede enloquecer de amor a cualquier chica, yo no sería la excepción, si mi corazón no estuviera vuelto una mierda y ver revivido aquellos sentimientos por Aitor que me queman el alma y saber que no podré estar a su lado. 

Como le pido a este loco corazón que no lata veloz cada vez que lo veo o lo tengo cerca.

Estoy loca.

Soy una persona horrible, una que merece que le pase todo esto y mucho más.

Llega el momento esperado donde mi amiga mande todo a la mierda, aunque ella nos tenía una sorpresa a todos. El sacerdote les pide a los novios que se miren, fijen los dos y digan sus votos de amor el uno por el otro. 

Tania deja que Nolan tome la vocería dando inicio.

— Yo Nolan Archivald, te prometo a ti, Tania Castro, amarte en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en la tempestad y la calma, en tus días claros y oscuros, hasta que lleguemos a viejos juntos tomados de la mano como en estos momentos. Prometo amarte y respetarte hasta el último día de mi vida.

Con la última frase solté una carcajada, todos los presentes me miran con mala cara, pido excusas, pidiendo que continúen. 

Tania me mira con una risita traviesa. 

Al llegar el turno de mi amiga nos sorprende con lo que menciona y en especial con lo que muestra a todos los presentes desencajando mi mandíbula de la impresión y no solo a mí, el pobre cura se desmayó, no lo culpo, no fue el único.




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