Cerró los ojos con fuerza, conteniendo la oleada de emociones que amenazaba con inundarla. Un trago grueso y un par de pasos hacia atrás marcaron la única reacción que Leelah pudo mostrar. A su lado, su madre la acompañaba, a pesar de estar desconcertada por el diagnóstico médico. Con preocupación, acercó una silla para que su hija pudiera apoyarse, consciente de que en cualquier momento las piernas de Leelah podrían ceder.
El médico, por su parte, mantenía una expresión imperturbable mientras profundizaba en los detalles de la condición de su hijo. Cada palabra que pronunciaba resonaba en el aire, cargada de gravedad.
—Si no se realiza la cirugía en los próximos treinta días, no habrá mucho que podamos hacer como médicos — sus palabras eran tan gélidas y contundentes, que atravesaban el pecho de Leelah como afiladas espadas.
La mirada de la joven se encontraba perdida, incapaz de asimilar completamente la cruda realidad que envolvía a su pequeño. Si tan solo hubiera sabido antes, ¿habría habido alguna oportunidad de evitarlo?
Leelah era del tipo de persona que tardaba para procesar los acontecimientos impactantes, como la muerte, un accidente, o, en este caso, la grave enfermedad de su hijo que podría costarle la vida.
—¿Cirugía? — sus labios temblorosos finalmente pronunciaron la pregunta, rompiendo el silencio que la había envuelto.
—Como dije con anterioridad, es una cirugía bastante arriesgada, vital en la recuperación de su hijo; del caso contrario, él podría no pasar del mes y medio. Es una clase de cirugía en la que, a pesar de no ser expertos, contamos con especialistas en el extranjero, lo que hace que nuestro servicio de salud no pueda cubrir los gastos — explicó el médico, sin agregar más, como si sus palabras hubieran agotado su explicación. Extendió una carpeta en silencio, donde se encontraban los detalles necesarios del procedimiento.
—¿Dice que todo correría por nuestra cuenta? —cuestionó la madre de Leelah, la cual, una vez más, se había enmudecido.
Leelah continuaba divagando en sus pensamientos, dejando que su madre tomara la carpeta mientras abandonaban el consultorio donde habían recibido el devastador diagnóstico. Mientras se dirigían a la habitación del pequeño, la dura realidad golpeó con mayor fuerza a la joven madre.
Sus pasos se frenaron, como si su mente y su cuerpo se resistieran a enfrentar la dura verdad. Su garganta se había endurecido, como si tuviera un gran nudo en ella; le costaba respirar y retener sus lágrimas.
—¿Qué voy a hacer, mamá? —balbuceó antes de que sus manos comenzaran a temblar, estas fueron llevadas a su castaña y ondulada cabellera. —No puedo costear esa cirugía, no si continúo así —su voz sonaba tan dolida, estaba claro que su situación no era la mejor.
Ella tenía un buen trabajo, uno del que no se quejaba, de hecho, podía decirse que ganaba un poco mejor que la mayoría de sus conocidos, pero no era suficiente. —Aunque llegue a trabajar un mes, día y noche… no bastará para pagarlo. ¿Qué haré si…? —Sus palabras se vieron interrumpidas por su madre.
—No sucederá nada, porque vamos a reunirlo — la seguridad en la voz de su madre era solo de dientes para afuera, pues ella, al igual que su hija, se encontraba completamente aterrada.
A lo lejos, una mujer que había asistido a su chequeo mensual, observaba la escena con interés.
—Ha de estar desesperada —susurró, exhalando un pequeño suspiro. Su atención estaba fija en la chica, había algo en ella que no podía pasar por alto. —Labios pomposos, cabellera larga, su rostro parece estar bien proporcionado; es bastante hermosa — afirmó para sí. — Es perfecta.
Dejó a un lado su bolso y se acercó con la intención de escuchar mejor qué era lo que le sucedía a Leelah. Encontró una enfermera que no dudó ni un solo instante en relatar la historia de la joven madre.
El gesto de lástima y compasión se reflejó en su rostro. Ver a su hijo luchando entre la vida y la muerte era una escena desgarradora, algo que ella no podría pasar por alto.
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Los ojos de Leelah se elevaron al ver un pañuelo de tela delicada extendido ante ella; al ver de donde provenía, se extrañó al encontrarse con los ojos penetrantes de la señora.
—El hospital entero está hablando de su situación —afirmó la señora, moviendo ligeramente el pañuelo, con la intención de que Leelah lo tomara —no podía pasar de largo con el simple hecho de haberlo escuchado —añadió una vez más, mientras se inclinaba para quedar a la altura de la castaña. — Sé lo difícil que es; como madre, es un sentimiento que puedo comprender a la perfección.
«A juzgar por su vestimenta, ella jamás tendrá que preocuparse por algo así, dudo que entienda ese sentimiento de impotencia».
Una pequeña mueca que podía interpretarse como sonrisa escapó de los labios de la chica. Intentaba no mostrar su irritación ante la incómoda situación que la señora le estaba provocando.
—Estoy aquí para ayudarte, Leelah —afirmó en un suave tono de voz. —Podemos ayudarnos mutuamente en esta situación —expuso una vez más.