Casada por mi hijo

CAPÍTULO 2: Puertas cerradas

«¿Pagar los gastos de mi hijo? ¡¿Quién se cree como para jugar con la vida de una persona?!». Pensó Leelah con indignación.

Antes de que la joven se alejara definitivamente, la señora extendió una tarjeta en su dirección. —Llámeme si toma una decisión. Recuerde que no tiene mucho tiempo para desaprovechar una oportunidad como esta. —dijo antes de girar y comenzar a caminar.

—¿Cómo se llama el hombre? —Indagó la joven en un tono un poco más alto, justo antes de que la señora alcanzara a marcharse.  

—Adam Kar —respondió la señora, viendo por encima de su hombro mientras se alejaba con pasos seguros.

Leelah permaneció en su lugar un par de minutos más, repitiendo en su mente una y otra vez el nombre de aquel hombre: «Adam Kar». Le parecía que había escuchado ese nombre en ocasiones anteriores, pero no podía ubicar con exactitud en donde.  

Fue su madre quien finalmente le reveló que Adam Kar era uno de los hombres que vivía en la casa que estaba a punto de derrumbarse. Era un lugar en condiciones deplorables, y fue ahí donde Leelah comprendió la urgencia de la señora para hacer que alguien se casara con él.

Adam resultó ser un hombre con un historial cuestionable, un desempleado que no tenía nada más que hacer en su vida que liderar una pandilla de matones. Definitivamente, no había manera de que Leelah aceptara aquello, no estaba dispuesta a poner en riesgo de esa manera a su propia familia. Haría todo lo que estuviera a su alcance y más, para salvar a su hijo.

Tenía la suerte de tener un jefe comprensivo y amable, alguien que seguramente entendería las dificultades que estaba enfrentando Leelah. Más aún cuando ella no le estaba pidiendo dinero en vano, sino que le diera un doble turno, con el fin de reunir el dinero suficiente para salvar a su pequeño Asher.  

—Estás despedida — afirmó el hombre, eso fue lo primero que salió de sus labios y lo último que se dignó a decir.  

Se aseguró de eludir las disculpas inútiles que pudieran empañar la decisión tomada.  

—¡¿Es una broma?! ¡¿Acaso no escuchó que mi hijo está a punto de morir?! — gritó a las afueras de la oficina.

Las miradas de las personas se dirigieron hacia ella, alimentando su determinación para defender sus derechos.

—¡Tampoco me lo dijo con anticipación! ¡Es una manera para nada ética de despedir a un empleado que no ha dado problemas! — protestó, sus palabras resonaban con fuerza en el aire.  

El hombre, en medio de su propia impaciencia, intentó justificar su posición.

—Usted no comprende la situación. Mantenerla aquí generará complicaciones — explicó el hombre con la poca paciencia que le restaba en esa situación.

Con un gesto de frustración, cerró la puerta de la oficina con fuerza, apenas esquivando el rostro de la mujer. 

A pesar de su inteligencia, no logró sospechar que la responsable de esta situación era la mujer del hospital. Esta mujer había manipulado las circunstancias, cerrando todas las puertas frente a sus ojos, con el fin de que ella se arrastrara a sus pies para cumplir con su voluntad.  

—¡No necesito nada de ninguno de ustedes! — exclamó ofuscada, golpeando el suelo con sus pies, mientras una lluvia intensa comenzaba a caer sobre la ciudad.  

A la distancia, una figura femenina sostenía un paraguas negro y lucía tacones rojos. Una media sonrisa adornaba su rostro, al saber que sus planes estaban avanzando según lo previsto.

Leelah estaba en camino de perderlo todo, y solo podría optar por aceptar la oferta que le había planteado. Al final de cuentas se trataba de una madre desesperada y el poder del amor materno era capaz de doblegar el orgullo más férreo.  

Un suspiro cargado de desaliento escapó de los labios de Leelah. Sus pasos comenzaron a arrastrarse lejos del lugar del que alguna vez consideró su hogar. Era injusto lo que estaba sucediendo, ni siquiera le ofrecieron una compensación justa por su despido repentino.  

¿Qué sería de su hijo?

De solo pensar en eso, la castaña sentía que su mundo se iba en picada.  

Ella estaba divagando en sus pensamientos, sin saber qué dirección tomar, de lo único que tenía seguridad, era que ese mismo día o el siguiente debía encontrar un empleo. Era una responsabilidad que debía cumplir por el bienestar de su hijo y su madre.  

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Sus pies dolían tanto que había terminado quitándose sus zapatos. Andar descalza era una de las terapias más reconfortantes en ese momento. Aun así, estos estaban enrojecidos y amenazaban con comenzar a sangrar.  

Cuando estaba a punto de rendirse, un viento repentino hizo que un trozo de papel impactara en el rostro de la castaña; al retirarlo, notó que se trataba de una solicitud de empleo, sin más se apresuró para evitar que alguien tomara su lugar.  

Al llegar al establecimiento, el interior estaba vacío, a excepción del hombre que había sido designado para hacer las respectivas entrevistas; a pesar de que no había nadie, la joven se armó de valor para entrar, quizá, esa sería su oportunidad para no quedarse de manos cruzadas. Su hijo dependía de ella, el único recuerdo que le quedaba de alguien que había dejado de existir, y se había transformado en un valioso y doloroso recuerdo.  




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