—¿Buenas noches? —saludó ella completamente desconcertada.
Era la primera vez en esos dos días que él le dirigía la palabra.
Adam se aproximó a ella luego de dejar su abrigo en su perchero habitual. Se sentó en uno de los extremos del sofá, posando su mirada sobre la pantalla gigantesca que estaba en frente de ellos.
—He reflexionado mejor las cosas, y llegué a la conclusión de que he sido bastante duro con usted —afirmó sin mirar en dirección a Leelah.
Los ojos de ella se posaron sobre el hombre.
«¿De qué está hablando?». Se preguntaba, comenzando a jugar con sus manos.
—Legalmente, tenemos muchas más responsabilidades que lo mencionado hace un par de días, por lo que, si en algún momento llega a tener necesidades fisiológicas, como su esposo, me encargaré de satisfacerlas —sus miradas se encontraron. —Pero debe saber que cada uno de nosotros se mantendrá alejado de los intereses del otro.
Un ataque de tos invadió a Leelah, quien no podía creer que clase de tonterías estaba diciendo Adam.
Ella definitivamente no tenía necesidad de nada que no fuera salvarle la vida a su hijo. Sin añadir nada más, ni dedicarle una nueva mirada, Leelah corrió en dirección de su habitación y cerró la puerta a sus espaldas.
«Ese hombre es un completo desquiciado bipolar».
Se repetía constantemente.
Adam permanecía en su lugar, sonriendo de lado; al parecer, estaba encontrando una nueva manera para divertirse. Pero por hoy, había tenido suficiente.
Leelah no había dejado de reposar todo su peso contra de la puerta. No era consciente del nivel de sobriedad de aquel hombre, pero si debía juzgar su cambio tan repentino de actitud, estaba completamente borracho. Tenía miedo que, de cierta manera, él terminara adentrándose a su habitación y reclamara la consumación del matrimonio.
—Por lo menos no desea matarme —susurró la castaña a manera de consolación.
De cierta manera las cosas no habían estado tan mal como imaginó, solo esperaba que aquel sacrificio que estaba haciendo valiera totalmente la pena. Lo anhelaba con todas sus fuerzas.
Una pequeña sonrisa se posó en sus labios al notar el nuevo mensaje de esa extraña señora, en este le pedía que se vieran en un lugar determinado, muy lejos de la vista del público. Sus encuentros debían ser tan secretos que nadie imaginara que se conocían; por tanto, la chica, debía ser bastante precavida en cada uno de los pasos que daba; cualquier error podría ser fatal.
Leelah se dejó caer de espaldas a su cama. Finalmente, podía pensar que una salida se estaba abriendo frente a ella. No podía esperar al momento en que su hijito abriera los ojos, y poder estrecharlo entre sus brazos. Leelah estaba decidida a hacer todo lo posible para salvar a su hijo. No solo por ella o su hijo, sino también, por amor a la memoria de esa persona con la que había compartido tan grandes experiencias en su vida, y, a causa de ella, podía sostener a su hijo entre brazos.
Esperó con ansias la mañana siguiente, aguardando a que el reloj marcara la hora para su encuentro con la señora. Eran pocas las ocasiones en las que se encontraba con Adam en la casa, bueno, lo había sido hasta la noche anterior.
Con solo pensar en las palabras de ese hombre, sus mejillas parecían arder, y no necesariamente era un sonrojo de vergüenza; sino uno de enojo, ella estaba completamente furiosa en ese momento, pero no pudo hacer lo que deseaba: Abofetear al tipo.
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Una vez más Leelah se encontraba frente a aquella mujer. Sentía que por fin su situación iba a mejorar, pues ya había cumplido su parte de la negociación. Solo faltaba que la mujer cumpliera con su parte.
Leelah podía sentir los pasos de su hijo resonando en toda la casa; estaba segura de que todo mejoraría a partir de ahora. Bueno, si no hubiera sido por las duras palabras de la mujer que bajaron a Leelah de su corto sueño.
—Ese niño es un impedimento para que ustedes puedan continuar con el matrimonio — afirmó mientras daba un sorbo de su vino tinto.
Ella al parecer no tenía idea de la gravedad de sus palabras.
«¡¿Cómo le podría decir a una madre una cosa como esas?!»
—No te preocupes por él. Vive una buena vida al lado de Adam, te lo mereces —expuso con una pequeña sonrisa —¿No es así? ¿No has trabajado por sacar adelante a alguien que no podría sobrevivir por su propia cuenta en esta tierra? — preguntó de manera «serena», pero encendió la fiera interior de la castaña.
Leelah apretó los dientes, tensando la mandíbula. Podría soportar cualquier insulto y maltrato, pero nadie tenía el derecho de meterse con su hijo y salir impune.
—¿Cómo podría vivir sin mi hijo? ¿Se está escuchando? —preguntó la mujer sintiendo cómo su sangre comenzaba a hervir. —Esto no estaba en ninguna parte de la negociación. No voy a alejarme de mi hijo — Las palabras de Leelah demostraban su seguridad e ira.
¿En la cabeza de qué clase de persona cabía una idea de esas? Ella simplemente no podría tolerar una actitud semejante a la de la señora.