Casado con mi secretaria

Capítulo 10

Ahora sí pongo mi alarma, hoy me ejercitaré en casa, tengo mi gimnasio personal con todo lo necesario y David ya está aquí poniendo sus pectorales en orden, le había dado una llave para que viniera cuando quisiera.

—¿Qué tal la vida de casado, Oliver Anderson? —estrecha su puño y con el mío golpeo suavemente sus nudillos.

—Esperando que de una vez se cumplan los seis malditos meses —contesto, rodeándolo encaminándome hacia una banca inclinada al lado de él.

—¿Es tan malo? Solo llevas tres días —ríe, mientras se sienta en la banca plana en la que estaba recostado y me mira.

—No me gusta estar compartiendo mi cama y mi padre me tiene estresado, todo está bien hasta que él aparece.

—Espera… ¿Estás compartiendo cama con Alex? —esboza una pícara sonrisa que sé qué está insinuando.

—Sí, pero no de esa forma que te estás imaginando y es la peor tortura del mundo.

David me mira mientras me siento en la barra inclinada y me acomodo.

—¿Y por qué sería tortura compartir cama con una mujer… bonita? —lo dice de una forma tan obvia como si no me entendiera, apuesto que nunca ha solo dormido con una mujer.

—Exactamente por eso, idiota, ni siquiera puedo tocar esas sensuales piernas porque estoy seguro de que me mata.

—Eres idiota, tú en el acta de matrimonio tenías que haber puesto en letras pequeñas que te iba a dejar tocarle las piernas durante este tiempo.

No sé si reír o molestarme por estas idioteces que habla David. Termino mi ronda de ejercicios con él hablando de cosas triviales y de economía, él y yo nos entendemos en muchos aspectos.

Se retira y lo acompaño a la salida mientras pongo una toalla sobre mi cuello. El olor que invade mi casa me vuelve loco, sé que Rosa ya ha llegado, camino hasta la cocina, ni siquiera escucho mis pasos descalzos en el pasillo alfombrado. Sudores corren por mi torso desnudo hasta llegar a la goma de mi pantalón deportivo.

Llego a la cocina y ahí está Alex, acomodando una bata blanca que lleva sobre su cuerpo sonriendo con Rosa, espero que esta no le haya contado nada vergonzoso porque sabe bastantes historias mías que no me gustaría que Alex o alguien más sepa. Alex me mira, y bueno, no quiero sonar engreído, ¿pero qué mujer no? He trabajado bastante en mantener un cuerpo de revista que hasta yo no me puedo dejar de ver en el espejo algunas veces. Alex disimula sacando un jugo del refrigerador.

—Buenos días, Rosa —digo, mientras camino hacia el desayunador.

—Buenos días, Oliver —me contesta casi de inmediato.

Me siento en un pequeño banco frente al desayunador mientras Rosa me sirve unos pancakes de fresa, luego de un par de minutos me percato de que no he saludado a Alex, pero la verdad es que lo pasé por alto, nunca la saludo cuando la veo y aún no me acostumbro a tener una esposa, a ella parece no importarle en lo absoluto, lo que me hace las cosas más fáciles. Rosa sirve dos pancakes en un pequeño plato de vidrio y los pone en el banco a mi lado y le hace seña a Alex de que tome el lugar.

¡Genial! Y aquí vienen los sermones de Rosa, recuerdo cuando Henry y yo estábamos pequeños, hacía lo mismo cuando nos peleábamos, pero esto es diferente.

—Tal vez deberían mostrar más entusiasmo —murmura—, se supone que son una pareja de recién casados, mi Pablo y yo tenemos 35 años casados y aún nos miramos como el primer día que nos casamos —¿por qué Rosa tiene que ser tan sentimental?—. Así tienen que verse ustedes, tienen que creérselo ustedes primero para que el resto lo crea, si continúan así los señores Anderson comenzarán a sospechar, mírala —se dirige a mí—, mírala a esos bellos ojos, abrácense, bésense —no me imagino besando y abrazando a Alex sin que me den ganas de algo más—; si tu padre no se cree eso de que la amas te quitará la presidencia igual y este esfuerzo de ambos será en vano —¿y ya qué? Haga lo que haga para él no es suficiente—, tómale la mano.

Miro a Rosa con toda la incertidumbre posible en mi rostro. ¿Cómo me va a pedir eso?

—Vamos, toma su mano —insiste, ¡oh, por Dios! ¡No puede ser! No tengo de otra antes esos ojos feroces de Rosa, pongo la toalla que llevo en mi cuello sobre el desayunador para evitar sudar más de lo normal con esto, me pasan mil cosas por la cabeza. Tomo sus manos, sus pequeñas y suaves manos.

—Mírala, dime qué te gusta de ella —¿qué? ¿Para qué enemigos si tengo a Rosa?—. Yo solo quiero ayudar —agrega—, confía en mí, ¿acaso no confía en mí, Oliver?

Me gusta todo de ella, Rosa, hasta su extraño gesto al enfadarse, pero es obvio que no diré eso.

—Me gustan sus ojos —digo, finalmente, y es cierto, fue lo primero de ella que llamó mi atención. Puedo notar cómo se sonroja, pero disimula demasiado bien. Rosa sonríe y ahora se dirige hacia ella.

—¿A usted qué le gusta de él, Alexandra? —quiero oír eso, vamos, Alex, dilo.

—Me gusta su sonrisa —añade, luego de unos largos segundos, lo dice de una forma tan natural que parece que no le ha costado tanto como a mí; es la primera vez que escucho que alguien diga que le gusta mi sonrisa y no alguna otra parte de mi cuerpo, me hace sonreír.

—¿Lo ven? Las cosas ya no están tan tensas entre los dos, ¿eh? —habla Rosa luego de unos segundos. Entre Rosa y yo es que las cosas estarán tensas luego de este momento incómodo que me acaba de hacer pasar.

Mi padre baja las escaleras.

—¡Muy buenos días a todos! —exclama—. ¡Ah! Extrañaré el clima de Nueva York —Alex y Rosa contestan sus buenos días, yo no—. ¿Saben qué? Quiero que vengan a California con nosotros, quiero que conozcas al resto de nuestra familia, Alexandra.

¡Por favor, no!

—Papá, nos encantaría, pero tenemos mucho trabajo —contesto casi de inmediato, yo no quiero ir y llevar a conocer a Alex a toda mi familia cuando esto no es cierto y se va a acabar pronto. No quiero que se encariñen con ella y luego me lo reprochen porque sé que sí, se van a encariñar con ella. ¿Quién no?



#2952 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, jefe, celos

Editado: 05.12.2019

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